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Comunicado. Antigüedades mexicanas
Isidro Rafael Gondra

Cuando los sabios anticuarios de Francia se ocupan con esmero de las investigaciones más profundas sobre la antigua ciudad de Palenque en el departamento de las Chiapas, publicando con notas y comparaciones las más luminosas, los dibujos y la relación de las expediciones del capitán Dupaix en el año de 1806: y cuando la Inglaterra, merced al entusiasmo por las antigüedades mexicanas y a la fastuosa generosidad de Lord Kingsborough, emplea los más diestros buriles en grabar las ruinas de la escondida ciudad de Uxmal en el departamento de Yucatán; una tercera ciudad oculta entre los bosques mexicanos reclama la atención del historiador y del arqueólogo.

            Aunque la cercanía a Jalapa de este grandioso descubrimiento, acaecido en agosto de este año, parece que a la fecha debía habernos proporcionando no solo las noticias más exactas, sino aun los planos y dibujos más minuciosos; desgraciadamente las dificultades que presenta el camino en la estación de las aguas, el poco gusto que se tiene todavía generalmente a esta clase de investigaciones científicas, y la falta de protección y de aprecio a semejantes empresas, han hecho que hasta hoy apenas se hayan dado los más vulgares detalles, y que se tema fundamentalmente, que entregado al olvido tan importante descubrimiento, quede como los anteriores sepultado en la ignorancia por muchos años.

            Este justo temor me ha excitado a formar una ligera idea, o sea un extracto de las relaciones que hasta ahora se han dado de esos restos de esa antigua población, acompañado de un dibujo de su plan topográfico, la vista de su teocali o templo, y la de un cementerio o tumba; con el único objeto de estimular tanto a las autoridades de la república, como a los amigos de las antigüedades, a fin de que se forme una expedición científica, que se explore esos preciosos monumentos, extendiendo un a relación arqueológica de ellos, con los dibujos y vistas que se crean conducentes a los progresos a la historia antigua de México, mirada hasta ahora con tan lamentable desprecio y tan poca consideración entre nosotros.

            No me detendré en referir el acaecimiento casual a que se debe este feliz hallazgo, ni a las noticias contenidas en algunos periódicos de Veracruz y Jalapa, en uno de los cuales se suponía cubierto por las lavas y cenizas de alguna antigua erupción volcánica del cofre de Orizaba: idea que queriendo semejar nuestras ruinas con las de Pompeya y Herculano, explicaba con mucha facilidad tanto la destrucción de aquel antiguo pueblo, cuanto su misteriosa ocultación hasta nuestros días; pero las relaciones de testigos oculares han desvanecido completamente este ingenioso pensamiento.

            En la serranía al norte de Jalapa, y distante de aquella ciudad de diez a once leguas, se encuentra en el cantón de Misantla el cerro llamado del Astillero, a cuya falda se descubre una montaña terminada por una meseta muy angosta, de cerca de legua y media de largo, y aislada por barrancos profundos y acantilados, y por despeñaderos inaccesibles; rodeada por los cerros del Astillero, Magdalenilla, el Chamuscado, el Camarón y el Conejo por la parte del oeste; por el Monte Real hacia el este, y lo restante por la elevada cuesta de Misantla, desde cuya altura se descubre el mar y la barra de Nautla. La única parte algo accesible para subir a la meseta de la montaña donde se hallan las ruinas, está hacia la falda del Astillero; pues por el otro extremo en que hay vestigios de haber estado en contacto con la serranía del pueblo viejo de Misantla, se encuentra una profundidad muy notable, y los cortes casi perpendiculares indican algún hundimiento, que acaso provino de un terremoto

            Al comenzar la meseta, bajando por la falda del cerro del Astillero, lo primero que se observa es un paredón demolido hecho de gruesas piedras, unidas con una argamasa de muy poca cohesión, especialmente en la superficie exterior, y que parece servía de muralla a una gran plaza, en cuyo centro se encuentra una pirámide truncada cuadrilonga de diecisiete varas de frente y quince de costado: esta montaña hecha a mano, tiene de altura diez varas, está dividida en tres cuerpos, con una escalera en el centro del primero, a los lados en el segundo y a la espalda en el último: se ve al frente del teocali en el segundo cuerpo dos estribos o columnas que acaso sirvieron de escaleras en otro tiempo; pero las malezas y arbustos que casi cubren toda la montaña, la han destruido en gran parte, especialmente en el último cuerpo, donde se encuentran árboles bastante grandes y un tronco especialmente de cinco varas de alto, que se conoce nació y tuvo su crecimiento después de abandonada la pirámide, pues se observan sus raíces sobre las ruinas de la parte que seguramente servía de adoratorio en este templo.

            Desde la periferia de la plaza casi circular, en cuyo centro se halla la pirámide, comienzan os restos de la población por una línea de cerca de una legua al norte noroeste. Grandes cuadros de piedra de cantería de ciento a ciento diez varas por lado, denotan las habitaciones colocadas en tres líneas, y en una parte en cuatro, tiradas a cordel y paralelas, con la más admirable regularidad: en algunos se conservan las paredes a la altura de más de una vara; pero en otros solo se advierten las señales de los cimientos en la superficie de la tierra: por la parte del sur se hallan los restos de una larga y ancha muralla de cantería, que cerraba por aquel lado la población, guardando en lo posible la rectitud de la línea, aunque en algunos parajes se notan curvaturas muy marcadas.

            Hacia la parte del norte, y casi al extremo de la ciudad, se extiende una lengua de terreno, cuyo centro está ocupado por un túmulo o cementerio: a la falda izquierda del cerro, por donde hoy se sube a las ruinas, hay también doce sepulcros circulares de dos varas y media de diámetro sobre igual altura, que contienen algunos esqueletos sentados en cuclillas, de los que una parte se conserva en buen estado: las paredes son de cantería, y la argamasa o mezcla que las unía casi ha desaparecido.

            Tal es la relación que se me ha comunicado con algunas adiciones de otras que constan en cartas de Veracruz y Jalapa, y del parte que dio el coronel don Mariano Jaimes con fecha 9 del pasado [septiembre] al señor don Ciriaco Vázquez, comandante general del departamento. El señor Jaimes agrega haber encontrado dos lápidas de media vara de largo y una cuarta de ancho, en que se hallan jeroglíficos de los antiguos indios; una figura que representa a un hombre de pie, y otra de piedra porosa y sólida, que manifiesta una persona sentada casi sobre los talones de los pies y con los brazos cruzados apoyados en las rodillas, muy irregular y sin ninguna perfección, así como por último objetos de uso doméstico, más o menos bien conservados, de la misma piedra y figura de los que generalmente usan nuestros indígenas. Muchos de los objetos han sido ya llevados a Veracruz; pero a pesar de las diligencias que he hecho para tener alguno a la vista, no lo he logrado hasta ahora ni aun en dibujo. El de las lápidas al menos nos daría a conocer el origen de la población y la nación a que pertenecía, sin embargo de que la cercanía de estas ruinas a Papantla y a Huatusco, casi no deja duda de la identidad de su procedencia, así como loa construcción del teocali o templo, la configuración de la muralla y de la estatua, y los esqueletos sentados en cuclillas; con todo, no me atrevo a extenderme más sobre este punto con tan débiles datos, y creo prudente suspender todo cálculo, mientras que aprobada por el Congreso la proposición hecha por el señor don Carlos María de Bustamante, que faculta al gobierno para gastar lo necesario en una expedición científica exploradora de esas preciosidades, o puedo acompañarla si el gobierno me l permite, o tener al menos a la vista sus sabias investigaciones.

            Al llegar a este punto acabo de ver en El Patriota Jalapeño del 5 del corriente, que el gobierno de aquel departamento ha suplicado al señor general don José Ignacio Iberri pase a reconocer las ruinas nuevamente descubiertas cerca de los pueblos de Tonayan y Misantla, y que su señoría había ofrecido desempeñar tal encargo en este mes, por cuyo motivo, aunque pensaba ampliar un poco más esta relación, no lo hago, y me limito a excitar de nuevo tanto a las autoridades de aquel departamento, como al Congreso local, preste su alta protección a un objeto tan interesante, con la prontitud que demanda el riesgo de una devastación, y de la pérdida de los objetos acaso más importantes que comienzan ya a extraerse sin discernimiento, así como finalmente a los amantes de las antigüedades mexicanas, entre quienes se gloria de ocupar un lugar aunque el último.

 

 

El Mosaico Mexicano o
Colección de amenidades curiosas e instructivas
Tomo I, 1836


Explicación de la lámina

 

1. Rancho de Monte-real, distante cerca de una legua del

2. Astillero, que dista otra legua del

3. Paredón que une con la muralla, distante una cuadra de la

4. Plaza casi circular, en cuyo centro se encuentra el

5. Teocali o templo.

6. Habitaciones que formaban la población.

7. Muralla que cerraba la ciudad de cerca de una legua.

8. Cementerio o túmulos.

9. Cerro del Camarón.

10. Cuesta para Misantla llamada de las Escaleras.

11. Cerro del Conejo.

12. Pueblo Viejo de Misantla.

13. Figura de uno de los sepulcros, donde se encuentran debajo de bóveda los esqueletos sentados.

14. Ídem del teocali o templo, situado en la plaza.

15. Tronco de un árbol cuyas raíces están entre los cimientos del edificio que ocupaba la cúspide de la pirámide.