GABINETE DE LECTURA

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Antigüedades mexicanas 2
Isidro Rafael Gondra

    Sabido es que los antiguos habitantes de México hacían uso para la defensa de sus plazas de diversas fortificaciones, tales como murallas, reductos con parapetos foseados y atrincherados. Los historiadores recientes de la conquista, han dado la descripción de muchas de estas obras; entre ellas se ha hecho notable la famosa muralla elevada por los tlaxcaltecas a la extremidad oriental de su territorio, con el objeto de contener las invasiones de las tropas mexicanas. Esta muralla construida entre dos montañas, tenía cerca de dos leguas de largo, dos varas dos tercias de alto, sin comprender el parapeto, y cinco varas y tercia de espesor: estaba construida de piedra muy dura y muy fina; el único paso reservado para la entrada, solo tenía dos varas dos tercias de largo, sobre cerca de cuarenta pasos de ancho, rodeado por dos muros semicirculares y paralelos a las dos extremidades de la muralla, y de los que el uno rodeaba al otro.

    Aún se conservan los restos de una antigua fortaleza construida sobre la cima de una montaña, cercana al pueblo de Molcaxat, rodeada de cuatro murallas, colocadas a alguna distancia la una de la otra. En las cercanías se ven todavía vestigios de reductos construidos de cal y canto, y sobre una eminencia a distancia de más de media legua, los restos de una antigua y populosa ciudad, de la que sin embargo no se encuentra noticia alguna en la historia. A poco más de seis leguas de Córdoba, se ve también la antigua fortaleza de Quautocho, hoy Huatusco, rodeada de altas murallas de piedras muy duras, y a la que no se puede penetrar sino subiendo un gran número de escalones, altos y estrechos, que era la entrada ordinaria de los fuertes que elevaban los mexicanos. Un caballero de Córdoba encontró enmedio de los escombros de este antiguo edificio, muchas estatuas de piedra bien trabajadas.

    La capital de México, aunque bastante fortificada por la naturaleza, se había hecho inexpugnable por la industria de sus habitantes; no se podía llegar a esta ciudad sino por las calzadas, formadas sobre la laguna, y para hacer más difícil su acceso en tiempo de guerra, habían construido reductos separados los unos de los otros por pozos profundos, defendidos por buenos atrincheramientos y comunicados por puentes levadizos.

    Pero las más singulares fortificaciones de México eran los templos mismos, y sobre todo, el gran Teocali de la plaza principal. La muralla que lo rodeaba, los cinco arsenales que se encontraban en lo interior; en fin, la estructura del edificio que hacía tan difícil su subida mostraba que en la erección de estos templos, según la opinión de Clavijero, no solo se había tenido un objeto religioso, sino también miras políticas.

    En los detalles de la expedición de Cortés, hace Torquemada una descripción de la ciudad fortificada de Chuauquecolam, esta ciudad distante cerca de legua y media al sur de Tepeyacac, estaba poblada de cinco o seis mil familias, y no menos defendida por el arte que por la naturaleza.     Se veía protegida por un lado de una montaña escarpada, y del otro por dos riberas que corrían paralelamente: estaba por otra parte circundada de una fuerte muralla de cal y canto de siete varas de altura, sobre doce de espesor, con un parapeto circular de cerca de una vara de alto. Se habían construido cuatro pasadizos cubiertos, entre dos hemiciclos paralelos, del modo que se han descrito, hablando de la muralla de Tlaxcala.     La dificultad se había aumentado todavía por la situación de la población que se elevaba casi a la altura de la muralla misma, a la que no podía llegarse sino subiendo muchos escalones demasiado pendientes.

 

    FORTIFICACIÓN DE MITLÁN, DESCRITA POR EL CAPITÁN D. GUILLERMO DUPAIX EN LOS NÚMEROS 93 Y 94 DE SU SEGUNDA EXPEDICIÓN, EN LOS VIAJES CIENTÍFICOS QUE HIZÓ DE ORDEN DEL REY DE ESPAÑA EN EL AÑO DE 1806.

 

“A la distancia de tres cuartos de legua de esta población, y a su ocaso, se señorea una antigua fortificación construida sobre la vasta cima de un peñasco muy escarpado, aislado y de un aspecto dominante, despegado de la serranía inmediata, de una legua, y algo más de base y unas doscientas varas de altura perpendicular. Solo es accesible por el lado que mira al pueblo, circunvalada por una muralla de piedra, de estructura robusta y sólida, de dos varas de espesor y seis de altura, formando en su dilatada proyectura, la que puede caber por una media legua, varios ángulos salientes y entrantes, agudos, obtusos y rectos con interpolación de varias cortinas.  Y por el lado, frente accesible cual es su entrada, se halla defendida por una doble muralla; la primera o la avanzada forma una obra o curva elíptica terraplenada, de bastante anchura, y en su capacidad se notan de distancia en distancia unas pilas de pelotas pequeñas,  redondas y regulares de varios diámetros para ser lanzadas por los honderos, y en el centro de dicha obra está rasgada la puerta, pero algo oblicuamente para evitar la enfilada o el tiro recto de las flechas, dardos o piedras. La segunda que se reúne por sus extremos con el recinto de la plaza, es de más elevación, formando su delineación una especie de tenaza, pues solamente sus costados son abiertos; también tiene su puerta apartada de la primera con un terraplén amplio, y además tenía su parapeto con sus pilas de pelotas o balas de piedra. El ángulo obtuso y entrante de esta tenaza, formaba con su cavidad o retiro entre muralla, una pequeña plaza de armas, de suficiente área, para juntar en las urgencias un cierto número de tropa para la defensa de la puerta, o para facilitar algunas salidas contra los sitiadores; y para mayor seguridad dispusieron a su modo, o según las reglas de táctica, sus baterías al frente de la fortificación, las que consistían en unos peñascos sueltos, esféricos, y de una vara a lo menos de diámetro, puestos en equilibrio a la orilla superior del talud que hace en este sitio, y en los casos de alguna sorpresa para desalojarlos, poder empujarlos, sea con la potencia de la palanca o la de la reunión de brazos, y dirigidos a su blanco, y por la velocidad de su rotación sobre su eje, botes y saltos, imitar las baterías que llaman de rebote. En lo interior de la muralla circular o elíptica existen en una superficie, parte plana y parte convexa, varias ruinas de mucha cabida de cuadras o edificios grandes con paredes gruesas de adobes encalados, los que manifiestan haber sido cuarteles para el alojamiento de esta antigua guarnición. En la parte de este recinto, diametralmente opuesta a la entrada del frente, hay una puerta falsa para facilitar una retirada, proveer la plaza de hombres, así como de víveres y agua.

            “Es evidente por las razones alegadas, y por la época de la construcción de esta obra de arquitectura militar, que no puede ser susceptible de otro sistema de defensa, atendiendo a la especie y poder de sus armas ofensivas, y a su táctica o arte del ataque y de la defensa. La naturaleza no contribuyó poco a ensalzar y consolidar el arte, lo que hará presente su plan topográfico. Estos vestigios sirven de comentario e ilustran el arte de la fortificación mexicana”.

            Los dibujos que se acompañan son el plan y la vista en perspectiva de esta fortaleza, digna de excitar la más grande admiración: ella está construida sobre la cima de una roca escarpada, aislada y que domina la cadena de colinas vecinas, su extensión es de cerca de media legua y su forma es una elipse: tiene cerca de [una] legua de circunferencia, y seiscientos pies de altura, y solo es accesible por la parte que mira al pueblo de Mitlán. Esta construcción tan hábilmente combinada, es una prueba de que en el antiguo México había ingenieros bastante bien instruidos. 

            A primera vista cualquiera creería ver una fortaleza europea con sus ángulos salientes y entrantes, su primera y su segunda línea, y aun algunos se atreverían a creerla obra de los conquistadores, si no estuviésemos por otra parte convencidos de que ellos no construyeron ninguna cosa que se le parezca en el Nuevo Mundo, por no haberles sido necesario para mantener a su obediencia las poblaciones reunidas; cuando por otra parte no se han encontrado otra clase de municiones de guerra que trozos de piedra y pelotas o cuadrados de roca, destinados para ser arrojados a los que la asaltasen.

            El fuerte, propiamente dicho, consiste en una línea de fuertes murallas de piedra, de dos varas de espesor sobre seis de altura, formando ángulos según el método ordinario, empleado en las fortificaciones europeas. Se nota, finalmente, un camino formado a pico sobre la roca para facilitar una retirada, y en el centro, donde se perciben las ruinas de los cuerpos de guardia y de otras construcciones para el servicio militar.

        

 

    Creo que la relación que antecede de este célebre viajero, da una idea de que los antiguos mexicanos no ignoraban el arte de la fortificación. La de Huatusco sobre todo ha llamado la atención, y en el número siguiente se verá un nuevo viaje verificado hace pocos años a aquellas ruinas. Entretanto debo advertir, que las observaciones anteriores las he tomado de las notas explicativas a los indicados viajes, publicados en París por M. M. Baradère y St. Priest en su obra sobre las antigüedades mexicanas, comenzada en 18341 y concluida en el presente. I. [Isidro] R. [Rafael] G. [Gondra]

 

 

El Mosaico Mexicano, o
Colección de amenidades curiosas e instructivas,
tomo II, México, 1837, pp. 281-284.

 



1 Henri Baradère (ed.), Antiquités mexicaines. Relation des trois expéditions du capitaine Dupaix, ordonnées en 1805, 1806 et 1807, pour la recherche des antiquités du pays, notamment celles de Mitla et de Palenque […], París 1834, vol. 1.