La historia de los museos, no sólo en México sino en todo el mundo, incluye también un curioso y oscuro apartado: la historia de los grandes robos.
En el caso de los museos de arte, las obras no muy grandes, con un gran valor monetario y relativamente fácil de transportar y ocultar, siempre han sido un activo muy cotizado en el mercado negro. En ocasiones, las medidas de seguridad de los museos han fallado o no fueron suficientes frente a la astucia o la violencia de los ladrones. Por mencionar algunos casos, La Gioconda de Leonardo da Vinci fue descolgada de la pared en el Museo de Louvre en 1911; la obra El Grito de Munch ha sido en robada en varias ocasiones, una de las más recordadas fue en 1994 cuando una banda de ladrones tardó menos de un minuto en sustraerla de la Galería Nacional de Oslo; o el robo al Museo Isabella Stewart Gardner en 1990 cuando se sustrajeron 13 obras de Vermeer, Rembrandt, Manet y Degas valoradas en 500 millones de dólares.
En nuestro país, el mayor robo de piezas arqueológicas tuvo lugar durante la Nochebuena de 1985. Desde meses antes, quienes efectuaron el robo en el Museo Nacional de Antropología observaron las rutinas del personal y estudiaron lo que se llevarían. Se sabe que los ladrones saltaron la barda metálica del museo, ubicada sobre Paseo de la Reforma, y luego de cruzar el jardín penetraron por una escalera hacia el sótano, se introdujeron por los ductos de aire acondicionado hasta llegar a las salas de exhibición y, una vez dentro, tardaron alrededor de tres horas –entre 1:00 y 4:00 de la mañana- en robar 140 piezas de las salas Maya, Oaxaca y Mexica.
De acuerdo con los testimonios, las personas que se encontraban de guardia tenían como una de sus tareas recorrer cada dos horas los 15 mil metros cuadrados que constituyen el museo. Esa noche, en cambio, los vigilantes omitieron los recorridos y se concentraron en un solo lugar para celebrar la Navidad y fue hasta el cambio de guardia, alrededor de las 8:00 horas, cuando se descubrió el crimen.
El entonces presidente de la república, Miguel de la Madrid, instruyó al procurador de la república que de inmediato comenzaran las acciones de investigación y peritaje en las que participaron la Dirección de Servicios Periciales de la Procuraduría General de la República, el Ministerio Público y la Policía Judicial Federal, la Secretaría de Relaciones Exteriores a través de la Dirección General de Aduanas y personal de aeropuertos, así como las autoridades de la Secretaría de Educación Pública y del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Como una de las primeras acciones asumidas, se estableció comunicación con la Secretaría General de la Organización Internacional de Policía Criminal (INTERPOL) para notificar el robo y detallar las características de las piezas. El boletín fue enviado a 158 países junto con un expediente que incluía fotografías, huellas dactilares y pruebas periciales que pudieran contribuir en las investigaciones. Por su parte, la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Antropología reunió la cantidad de 50 millones de pesos para entregarla como recompensa a la persona que proporcionara datos que condujeran a la recuperación de las piezas.
El escándalo a nivel mundial sobresaltó y paralizó a los ladrones, quienes guardaron las piezas y esperaron. Las investigaciones se prolongaron durante años, tiempo en el que se plantearon diferentes hipótesis, la más sólida afirmaba que los asaltantes pertenecían a una banda profesional que se dedicaba al robo de arte y que quizás eran los mismos responsables de los robos a otros museos en el mundo, en cuyo caso las piezas robadas ya no se encontrarían en el país.
Tuvieron que pasar casi cuatro años para descubrir que no fueron ladrones expertos sino dos jóvenes de clase media y que las piezas robadas jamás abandonaron su domicilio, ubicado en una de las zonas residenciales en el Estado de México. De acuerdo a las investigaciones de la PGR, Carlos Perches y Ramón Sardina, de 25 y 26 años de edad, fueron los autores del robo y tras llevarlo a cabo huyeron a casa de los padres del primero ubicado en la colonia Jardines de San Mateo para guardar la maleta que contenía las piezas robadas en el clóset de su recámara, donde permanecieron guardadas por espacio de un año. Perches, convencido de que el gran valor de su botín era inamovible, se trasladó a Acapulco donde entabló relaciones amistosas y laborales con narcotraficantes. Y fueron precisamente estas relaciones las que condujeron a una pista que llevó a su captura.
El 12 de junio de 1989 las portadas de la prensa nacional anunciaron la recuperación de las piezas y en las emisiones subsecuentes se fueron narrando los detalles de la investigación y las claves que permitieron el esclarecimiento del robo. Dos días después, en un acto profundamente nacionalista, el presidente de la república realizó la entrega oficial de las piezas recuperadas y exhortó a la nación “a actuar concertadamente en la tarea de defender y ampliar nuestras raíces culturales, no sólo como respuesta al agravio y hecho delictivo, sino como una actitud permanente e intensa del comportamiento público y particular”. Por su parte, el entonces director del INAH, Roberto García Moll, declaró que las piezas eran las originales y se encontraban en buen estado. Posteriormente se inauguró una exposición temporal donde se exhibieron las piezas recuperadas. Ahí, Sonia Lombardo, directora del museo, explicó la procedencia de cada uno de los objetos.
El robo al Museo Nacional de Antropología marcó un hito en las medidas de seguridad de los museos del país, pues a partir de entonces se implementaron nuevas normas generales de seguridad en todos los recintos del INAH y se aplicaron reformas jurídicas en el Código Penal para sancionar los delitos de robo y daño del patrimonio que también se extienden a quienes intervienen como cómplices o encubridores. Por su parte el Museo Nacional de Antropología instaló un sistema de alarmas electrónicas contra robo, se rehabilitó totalmente el sistema de detección de incendios, se integró un circuito cerrado de televisión y se duplicó el personal de seguridad.
Este hecho acaecido el 25 de diciembre de 1985 despertó en el ciudadano común una plena conciencia del valor del patrimonio arqueológico, y durante los casi cuatro años que tardó en resolverse modificó de manera irreversible las historias alrededor de esa identidad.