Arquitectura y construcción
Enclavado en el corazón del Bosque de Chapultepec, el Museo Nacional de Antropología se edificó sobre una superficie de 70,000 m2. En la planeación, su ubicación estratégica fomentaría una nutrida afluencia y tendría afinidad con el entorno natural. Su diseño materializó el respeto a la tradición de los pueblos prehispánicos, al tiempo que conservó sus valores y constantes culturales, los aplicó con soluciones nuevas y en armonía con materiales, técnicas y necesidades contemporáneas (por ejemplo, emulando los templos prehispánicos, se eligió la piedra como elemento básico de construcción, aunque con tratamientos diversos). De igual modo, resultó vital la integración de un programa de obras plásticas de numerosos pintores y escultores mexicanos, que habría de otorgarle al museo su peculiar personalidad.
El proyecto estuvo dirigido por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, cuya oficina centralizó la toma de decisiones, siempre bajo la asesoría del Consejo Ejecutivo. Desde allí se coordinaron y auspiciaron las exploraciones arqueológicas y etnográficas, se organizó el transporte de grandes piezas desde diversas regiones del país, y se supervisó el traslado de todo el acervo y las instalaciones museográficas del antiguo museo de la calle de Moneda. Al mismo tiempo, se construyó el inmueble, una proeza lograda en sólo 19 meses (entre febrero de 1963 y septiembre de 1964).
La forma básica del recinto es un rectángulo fraccionado en espacios que posibilitan funciones y sensaciones diversas al compartir la misma materia prima: mármol, aluminio y cristal. Su manejo se rigió bajo el concepto de “arquitectura de servicio”. Por medio de la comprensión de las necesidades del “usuario visitante” y el “usuario protagonista” (las piezas exhibidas), se determinó necesario un juego armónico entre las áreas abiertas en salas y patios, el manejo de la luz, las dimensiones y el material de los muros. Con base en ello, la organización básica del inmueble se dividió en los siguientes elementos arquitectónicos:
Plaza de acceso y fachada
Se trata de una enorme explanada de acceso libre, armonizada con el ambiente natural, que advierte al público la magnitud de lo que observará en la visita. La población es invitada a entrar gracias a los ventanales de cristal, la grandilocuencia del recinto se enfatiza con el relieve de la insignia nacional, el águila y la serpiente, esculpida por el artista guanajuatense José Chávez Morado sobre el mármol blanco de la fachada.
Vestíbulo
El Vestíbulo fue diseñado para orientar y distribuir a los visitantes. Al centro se ubica un promontorio que representa la pirámide de Cuicuilco, pensado originalmente para exhibir la “Pieza del mes”. Hoy se utiliza para exposiciones periódicas de objetos del museo o de instituciones foráneas.
En el ala izquierda de la planta alta se dio espacio a la biblioteca, mientras que el ala derecha se reservó como área académica. Fue la sede de la antigua Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) que al crecer se trasladó al sur de la ciudad.
Patio central
Apostando por un juego entre extensas áreas abiertas al interior y exterior, que otorgan al visitante un movimiento libre y fluido, se retomó el concepto arquitectónico maya del patio delimitado por edificios, como el Cuadrángulo de las Monjas, en Uxmal.
Las salas fueron distribuidas alrededor del núcleo central, de modo que es posible recorrerlas siguiendo un circuito continuo o de manera aislada, según el propio tiempo e interés. De la misma forma que en el conjunto maya, las estructuras alrededor del patio llevan un piso bajo plano y libre, mientras que el piso superior fue decorado con una celosía en forma de serpiente geometrizada, concebida por el escultor Manuel Felguérez en alusión al simbolismo de dicho animal entre los pueblos prehispánicos.
El patio se dividió en dos zonas contrastantes según la luz que reciban: El paraguas y el área dominada por un estanque ligado a la Sala Mexica, que permite rememorar el origen lacustre de esta cultura. Además, se colocó un caracol de bronce esculpido por Iker Larrauri llamado “El sol del viento”, cuya función es emitir sonidos, emulando la musicalidad de los instrumentos prehispánicos.
El paraguas
Además de resguardar a los visitantes, este emblemático elemento arquitectónico enfatiza el respeto por el entorno natural mediante una caída libre de agua. Su monumental estructura superior, que cubre una superficie de 82.06 m. por 54.42 m., es soportada por cables conectados a los edificios aledaños; se sitúa entre las “cubiertas colgantes” más grandes del mundo (cubre un área total de 4,467.5 m2).
Su columna fue revestida en bronce con un relieve escultórico hecho por los hermanos Chávez Morado. A su vez, el diseño se basó en el concepto y guión de Jaime Torres Bodet.
La composición escultórica se titula “Imagen de México” y lleva como eje los cuatro puntos cardinales, cada uno interpretado por el pensador del siguiente modo:
Vista al este. Integración de México. Por la costa oriental de México llegaron las naves españolas de la conquista. En la base se presenta el pasado prehispánico de México por medio del águila y el jaguar, símbolos del día y la noche, respectivamente. Entre ellos aparecen la espada de la conquista y el sol naciente. En el fuste, la espada penetra en las raíces de una ceiba (símbolo maya de la fundación de los pueblos) que se abre en la sección superior en dos rostros, uno indio y otro español, base principal de nuestro mestizaje. Sobre ese símbolo, y a manera de capitel, se apoya el águila, emblema nacional del México de hoy.
Vista al oeste. Proyección de México. Esta proyección hacia el mundo se inicia desde nuestras costas occidentales, con la expedición a las Islas Filipinas. Sobre los símbolos prehispánicos de la base, y partiendo de la acostumbrada representación del agua en los códices, se ve un sol poniente, símbolo del rumbo hacia donde se inició la proyección de México. En el fuste la ceiba está cruzada por una vigueta de acero y una rosa de los vientos, representación de la firmeza y la amplitud de esa proyección. Sobre la misma ceiba, que se abre con un símbolo de la fisión nuclear, se apoya como capitel un hombre con los brazos extendidos y las entrañas descubiertas, enmarcado por dos ramas de olivo y una paloma para significar que se entrega totalmente a la paz.
Vista al norte y al sur. Lucha del pueblo mexicano por su libertad. En los lados norte y sur se observan tres armas que hieren el cuerpo de la columna (México) y que corresponden a nuestras tres etapas formativas: Independencia, Reforma y Revolución Agraria. El capitel está coronado por formas prehispánicas que simbolizan el cielo. La composición, basada en los cuatro puntos cardinales, se liga con las viguetas de acero en forma radial que sostienen la cubierta monumental y contribuyen a dar la impresión final de universalidad de la cultura mexicana.
Debajo del patio y las estructuras mencionadas subyace otro mundo: 15,000 m2 acondicionados para servicios educativos, talleres, oficinas, laboratorios, espacios de investigación, almacenes y anexos que día con día, durante décadas, han puesto en marcha la vida del recinto.