HOME / PUBLICACIONES / GABINETE DE LECTURA / Un museo de Antropología
En un libro de este tipo es más bien innecesario extenderse sobre el valor y la importancia de un museo de antropología. En distintas ocasiones, en la British Association[1] y en el Anthropological Institute[2], he insistido en que la creación de este museo es algo que Inglaterra se debe a sí misma, el cual daría un servicio puntual al Estado, y que en Inglaterra se podría formar a un costo menor que en cualquier otro país. Mientras Inglaterra se muestra apática, Alemania creó una colección etnográfica en Berlín diez veces más amplia que la del British Museum[3] y de igual importancia a todas las colecciones similares juntas en Inglaterra. Imposible preveer la manera en que la posteridad juzgará tal abyección, aunque con toda seguridad habrá quien lamente la oportunidad que se perdió de asegurar un registro tangible de las condiciones de la existencia de las razas primitivas que aun existen, aunque estas estén cambiando inevitablemente.
Por razones prácticas, así como por integridad científica, las colecciones de antropología física deberían formar parte de la misma institución, así como las relacionadas con la etnografía. Ambas tienden a encimarse en su aspecto práctico, al tiempo que el estudio de las divisiones de la raza humana por necesidad las incluye a ambas. Hasta cierto punto, tal arreglo resultaría económico en cuanto al personal. Por mucho, la mayor parte del espacio expositivo se daría desde luego a la sección etnográfica. Estas colecciones requieren de un espacio más amplio para su debido despliegue que el que se les da en cualquier museo europeo. Tal vez el mejor avituallado en este sentido sea el American Museum en Nueva York, en el que ciertas secciones se desplegaron de una manera ideal. La exposición adecuada es un paso seguro hacia la popularidad y ningún museo público puede tener la esperanza de existir sin el aprecio del gran público, además del de los especialistas. Semejante política no solo atrae donativos y apoyos en otras direcciones, sino que tiene un efecto de un valor aun más duradero, crea nuevas escuelas de alumnos, nuevas líneas de estudio, e imparte de manera constante un nuevo impulso a toda la maquinaria. Así, por necesidad se deberá dedicar una gran área de exhibición a la etnografía. Las diferencias en los caracteres físicos del esqueleto humano son sobre todo más difíciles de seguir para la mentalidad del lego, y por esta razón hay menos necesidad de dedicarle un gran espacio a su exposición al público amplio, el cual se interesaría más en los resultados una vez publicados. Existen, de hecho, dos razones distintas para exponer objetos en un museo. La primera, y la más seria, es la exposición con fines educativos, la segunda es para la formación y el entretenimiento de la mayoría desconocida, y, por las razones ya dichas, hay que tener en mente a ambas si el museo ha de contar con el respaldo popular. De ahí que buena parte de cualquier museo científico se deba dedicar a la exhibición de colecciones que, si solo se fuera a considerar el trabajo serio de la institución, en buena medida podrían acomodarse en cajones o en gavetas con el consiguiente ahorro de espacio.
Los párrafos previos versan sobre las condiciones de un museo en el que el material con el que trabaja ya se reunió; pero bien valdría añadir algunas palabras para señalar las principales formas en las que una colección así se podría formar, aun hoy, y la ayuda que se podría obtener para que esta cobrara existencia.
Por desgracia, en un sentido, podemos asumir que ningún gobierno de un gran imperio como el nuestro seguirá ese camino por voluntad propia. Solo en países más pequeños el gobierno encuentra el tiempo para promover la ciencia y el saber por ellos mismos, como un factor en el bienestar futuro del pueblo. A veces hay excepciones en las que un gobernante o un miembro de su familia puede tener una visión a futuro del bien público, y que por el ejercicio de una vigorosa personalidad, produzca los mismos resultados, con la ayuda del erario público, como si el gobierno mismo hubiera actuado. Sin embargo, semejante condición es tan rara que se le podría descontar. Existe, sin embargo, y ahí donde existe su efecto no es menor.
En Inglaterra, casi todas las grandes empresas, a partir de la posesión del Imperio Indio, tuvieron su origen en el espíritu aventurero de individuos privados. Sus pequeños inicios a la larga alcanzaron tal grandeza que terminaron por forzar la atención e incluso la simpatía del gobierno, y así se construyó el imperio. Siendo este el caso en el pasado, es de sabios no buscar en el gobierno central algo más que un “estipendio”, y algunas perogrulladas benévolas, hasta que a tal punto haya madurado el plan que se gane la atención. Sin embargo, hay una manera de que a la maquinaria del gobierno se le pueda hacer contribuir al éxito de un museo antropológico. El Ministerio de Relaciones Exteriores, la Oficina Colonial, y la rama de Inteligencia del Ministerio de Guerra y el Almirantazgo, emplean, y tienen bajo su égida, un amplio ejército de inteligentes funcionarios de carrera, los cuales, si lo desearan, podrían ayudar harto materialmente en esta obra. Sin embargo, la única condición necesaria es que la obra que en este sentido realicen tales funcionarios se lleve a cabo con la aprobación y la simpatía de sus superiores en casa, y que el trabajo, debidamente hecho, se considere valioso por la oficina central en la medida en la que se lleve a cabo sin interferir con las obligaciones primarias.
Asumiendo, entonces, que la Oficina Colonial, por ejemplo, autorice a los funcionarios del Museo Antropológico que inviten a colaborar a los gobiernos coloniales y a sus funcionarios en la formación de tal colección en Londres, se vería que uno de cada diez funcionarios estaría dispuesto a emplear lo que sabe en semejante trabajo en su tiempo libre. Por tanto, si una décima parte de la fuerza en el extranjero de los departamentos mencionados pudiese ser inducida a prometer su ayuda, ¿qué no se podría hacer en ese mismo sentido al reunir todas las ramas de la antropología? Se daría un resultado lateral. En Londres se contaría así con un agente educativo de un inmenso valor, además de un lugar en el que los ingleses en casa se podrían dar una idea de lo que significa el Imperio Británico. La Indian and Colonial Exhibition[4] fue lo único que contestó tal pregunta, aunque ¿cuántos ingleses la recuerdan, al cabo de veinte años, salvo del modo más vago? No olvido la existencia del Imperial Institute.[5] Hoy en día realiza un buen trabajo y es vínculo entre las colonias e Inglaterra: pero una serie de lamentables tropiezos en sus primeros años lo privaron de mucha de su gloria y de su perfil amplio.
Hasta aquí, sin embargo, el respaldo del gobierno. Por fortuna hay otros edecanes. Las grandes compañías comerciales, cuyas empresas los colocan entre razas no civilizadas, por lo general están en la mejor disposición para ayudar en asuntos científicos, al tiempo que muchas de las personas que gobiernan sus tareas no pocas veces son sujetas de una visión sumamente amplia y en ocasiones están dispuestos a ayudar en el impulso de la causa con los recursos de sus propios bolsillos. Cuando a estos se le suman las misiones religiosas y científicas, todas ellas financiadas de nuevo con recursos privados, parecería que no habría que temer el éxito de una institución tan obviamente necesaria como un museo antropológico.
Una vez reunidas las colecciones, sigue el mejor sistema para acomodarlas y el tipo de edificio más adecuado para tal fin. En cuanto a lo primero, en términos generales se acepta que para una colección etnográfica general el sistema geográfico es el más práctico, porque el estudioso y el público amplio saben de inmediato dónde buscar un determinado objeto, y es el más provechoso, porque el plan geográfico, aparte de sus beneficios más obvios, suscita una suerte de patriotismo u orgullo local entre quienes trabajan en áreas particulares. Alguien, por ejemplo, que pasó la mayor parte de su vida en Borneo, por lo general encontrará mayor satisfacción en ver la colección que él formó como una unidad en el museo. Mientras que su satisfacción podría asumir otra forma si la colección estuviera dispersa bajo la idea de mostrar el desarrollo de ciertos oficios. Otra objeción al arreglo evolucionista es que el estudioso no se logra hacer una idea del estado de la cultura en ningún pueblo específico.
En todo museo así, sin embargo, el sistema ideal consistiría en contar con una colección duplicada en muchas ramas, con el fin de nutrir series subsidiarias que demostraran la evolución o la distribución de tipos particulares. Pero en muchos casos tales demostraciones pueden estar tan bien o mejor armadas con dibujos o fotos, en especial cuando se tiene a la mano los originales para referencia y para una demostración más efectiva.
Aquí me refiere nada más a los especímenes etnográficos, pues la parte a exhibir de la antropología física sería comparativamente sencilla de manejar y sería relativamente pequeña.
Sin duda existen muchos tipos de edificios que servirían para un museo antropológico, pero considero que la planta más práctica es la de dos galerías rectangulares, una dentro de la otra. La externa y parte de la interna contendrían la etnografía, y la parte restante de la interna, la sección de la antropología física. Las dos se conectarían a intervalos por medio de salas par formar áreas de trabajo para el personal, o pequeñas galerías para las series subsidiarias que ya se mencionaron. Las galerías paralelas tienen además una ventaja crucial y práctica pues permiten cerrar al público cualquier sección de la galería sin menoscabo de la circulación. Al inicio de la parte cerrada de la galería externa, por ejemplo, el público sería conducido hacia la galería interna y volvería a salir a la galería externa al final de la porción cerrada. La experiencia muestra que tal esquema tiene un gran valor práctico al abordar los nuevos arreglos que de manera constante son necesarios.
El lugar por el que aquí se aboga es, desde luego, capaz de infinitas modificaciones sin perder el principio general, el cual es lo único que es esencial. En el recibidor o vestíbulo se podría colocar un índice de las series con el fin de darle al visitante una idea general de las colecciones. Más aún, en un anexo de cierto tipo se debería colocar una biblioteca, sin la cual no hay museo que pretenda estar completo.
Esto me lleva a otra parte del plan para un museo ideal: la oficina para la colección de información antropológica.
Parecería un asunto obvio que en Inglaterra, y bajo el control y la supervisión del gobierno, debiera existir semejante oficina, en la que toda la información relativa a las leyes y costumbres de los naturales debiera estar junta, y ordenada de tal manera que resultara útil a los funcionarios que fueran a asumir el gobierno de algún distrito en particular. Ningún comerciante aventurero pensaría en dar la responsabilidad entre pueblos incivilizados a un joven recién salido de la escuela o del instituto sin darle la oportunidad de conocer las condiciones esenciales de su distrito. Este funcionario tendría que aprender hasta cierto punto la lengua, dominar el sistema de comercio y familiarizarse con las costumbres y creencias religiosas de la vida diaria. Semejante preparación en el comercio se tiene como un preliminar esencial, mientras que tratando con el gobierno de pueblos primitivos cualquier formación en este sentido se tiene como algo completamente prescindible. Se ha de confesar que debido a cierta cualidad empática que parecen innata de la sangre anglosajona nuestro heterogéneo imperio ha crecido con muy pocos errores serios, a pesar de los desordenados métodos empíricos que lo han gobernado. Pero las relaciones de imperios y pueblos sufren un cambio inevitable del viejo régimen del sistema autoritario que hasta aquí bastó, hacia los métodos científicos más precisos, certeros y estrictos que serán regla en el futuro cercano. Para lograrlos, se tienen que obtener y emplear como cimientos de este nuevo derrotero un amplio y detallado conocimiento de las condiciones domésticas, de las religiones o supersticiones, de los hábitos diarios y aun de los prejuicios de cada comunidad de naturales. Muchas revueltas de los naturales, incluida la pérdida de mucho dinero y de muchas valiosas vidas, se pudieron haber evitado, si tan solo el hombre blanco hubiera sido capaz de entrar en las ideas de su vecino moreno o negro.
Por estas razones, por tanto, muy aparte de la ventaja para la ciencia, debiera existir en Inglaterra una oficina así de investigaciones antropológicas. Hace algunos años formulé tal idea ante la British Association, con la sugerencia de que estuviera bajo los auspicios y la supervisión de la Oficina Colonial. Sin embargo, en su momento se decidió que se estableciera en el British Museum. Ahí he hecho cuánto he podido, pero desde el comienzo me di cuenta de que no lograría nada semejante a la perfección hasta no contar con un presupuesto más grande del que se le dotaba a un departamento tan pequeño. Por medio de la circulación de ejemplares de Notes and Queries que sacaba la British Association, así como de los “cuestionarios” especiales que se hacían para determinados distritos, se ha obtenido mucha información y no es poco el beneficio incidental que se ha dado en el museo. También se obtuvo un resultado inesperado. Las preguntas planteadas se han empleado como cimientos de las obras que han publicado los funcionarios de distintos protectorados –un resultado que de ninguna manera se ha deplorar, si bien no sirve para el fin inmediato de la oficina.
Sería sin duda un sistema ideal el lidiar con la información reunida publicándola en la forma de monografías, como lo hace la Smithsonian Institution en Washington. Solo que en Estados Unidos el campo, si bien grande, en todo casi es limitado, y no obstante eso se trata de algo costoso. Con nosotros la cantidad sería diez veces mayor y una publicación adecuada supondría un gran desembolso. La Société belge de Sociologie asimismo formuló un plan que se echó a andar en un panfleto titulado Enquête ethnographique et socilogique sur les Peuples de civilisation inférieure (Bruselas, 1905) y el señor Joseph Halkin presentó un informe en el Congrès International d’expansion économique mondial (Lieja, 1905). El primero tiene un fin exclusivamente científico, en tanto que el segundo busca el provecho para el comercio. Ambos, sin embargo, poseen un amplio sentido común y de sugerencias útiles, que sería bueno tener en mente al iniciar cualquier investigación con fines científicos. El cuestionario en el primero de los dos panfletos mencionados es, al igual que el informe, obra de la mano de Halkin, y está dividido de una manera fácil de seguir y entender. Las divisiones son las siguientes: 1. Vie matérielle; 2. Vie familiale; 3. Vie religieuse; 4. Vie intellectuelle; 5. Vie sociale; y 6. Caractères anthropologiques, divididos en “somatiques” y “physiologiques”. En cada uno de estos encabezados se dan sugerencias para preguntas detalladas las cuales, desde luego, se pueden ampliar y variar de manera infinita según las necesidades de cada distrito. En este plan belga, el rango de la sección física en especial es muy limitado.
Si un país como Bélgica encuentra que encuestas de este tipo se justifican en un área tan limitada como la que ella posee para su aplicación, cuánto más necesarias no serían en Inglaterra. Pero para ser verdaderamente útil esta oficina debe contar con una institución precisa, contar con relaciones cercanas y empáticas con diversas ramas del gobierno, debe contar con un director que sea un científico de formación, y con un personal adecuado que lo asista. Bajo estas condiciones, una oficina de antropología para el Imperio Británico sería una rama del servicio público eminentemente útil.
Anthropological Essays Presented to Edward Burnett Tylor,
Oxford, 1907
[1] British Association: se fundó en 1831 como British Scientific Association con el objetivo de impulsar y mejorar ciencia y los científicos en Inglaterra.
[2] Anthropological Institute: se fundo en 1871 como Anthropological Institute of Great Britain and Ireland, a cuya sombra se fundieron la Ethnological Society (1843) y la Anthroplogical Society (1863).
[3] El British Museum se fundó en 1753 sobre las colecciones de Hans Sloane (1660-1753), hombre de ciencia irlándés. A finales del siglo XVIII su acervo se incrementó de manera notable con la colección de objetos griegos y romanos de William Hamilton y a principios del siglo XIX se mudó a un nuevo espacio en constantes trabajos de expansión, los cuales continuaron en las primeras décadas del siglo XX para albergar sus colecciones.
[4] Colonial and Indian Exhibition: se inauguró el 4 de mayo de 1886 en South Kensington. Durante sus seis meses de vida recibió cinco millones y medio de visitantes.Su objetivo, desplegar y celebrar el poder y grandeza ingleses.
[5] Imperial Institute: se inauguró en 1887 con el propósito de mejorar los vínculos e intercambios comerciales dentro del propio imperio. Ocupó las instalaciones de la Colonial and Indian Exhibition en South Kensignton. En 1958 mudó de nombre, Commonwealth Instiute, y lo que sobrevive de su ubicación original está en manos del Imperial College.