HOME / PUBLICACIONES / GABINETE DE LECTURA / Franz Boas en México
Eminentes hombres de ciencia de numerosos países han comentado y descrito tan acertadamente la obra sin par del profesor Franz Boas, que pensaba declinar el honor que se me confirió de contribuir a ese monumento biográfico, temiendo que por haber estado alejado varios años del campo de la antropología, mi oración resultara poco informada y banal, pero me mueve a recorrer tal riesgo la deuda aún no saldada que contraje con ese ilustre maestro, de quien tuve el alto privilegio de ser devoto discípulo y fiel amigo. Mi modesta exposición no tenderá por lo tanto a analizar y criticar sus ideas y métodos, ni tampoco a enumerar detalladamente los múltiples y valiosos trabajos científicos que publicó, labor que, repito, ya fué hecha de mano maestra y en diversas ocasiones cuando él vivía y va a ser reconsiderada y ampliada en publicación que pronto aparecerá en los Estados Unidos según me ha indicado recientemente mi viejo amigo el doctor John Alden Mason. Solo haré algunas consideraciones complementarias y ciertas remembranzas inspiradas en el contacto íntimo y frecuente que tuve con él y se refieren a la influencia que tan relevante personalidad tuvo en el progreso de la antropología mexicana.
En biografías del doctor Boas se indica que su interés por México surgió por motivo de su primera estancia en esta capital, en 1910, durante la cual fue nombrado profesor extraordinario de la Escuela de Altos Estudios en la Universidad Nacional de México, fundada en ese año, pero, en realidad, ese interés, compartido con el que le inspiraban muchos otros países que cuentan con elementos sociales aborígenes, se despertó en él muchos años antes de esa fecha, desde que en los Anales del Museo Nacional de México y en otras publicaciones se enteró del amplio campo que nuestro país ofrecía a la investigación antropológica. El acontecimiento que definitivamente encauzó su atención a tal respecto e iba a trascender en el futuro científico nacional, fué la implantación de la enseñanza metódica de la antropología en dicho museo, el año de 1906, acontecimiento del cual creo oportuno hacer aquí sucinta recordación, a la vez que proponga unánime voto de gratitud y admiración al insigne maestro, licenciado don Justo Sierra, entonces Secretario de Educación Pública, quien secundado por el también distinguido educador y Subsecretario, licenciado Ezequiel Chávez, creó en el Museo Nacional cátedras de Antropología Física, Etnología y Arqueología, así como becas para los estudiantes que llenando determinados requisitos se inscribieron a ellas.
Antes de esta fecha el conocimiento propiamente antropológico no existía en nuestro medio, sino es de manera esporádica y excepcional, pues solamente ilustres autodidactas como Orozco y Berra, Ramírez, Paso y Troncoso, León Peñafiel, Chavero, Galindo y Villa y otros, muy contadas en número, habían cultivado con éxito algunas de sus ramas durante el último cuarto del siglo XIX y el primer lustro del siglo XX. A esa lista hay que agregar el nombre de la culta americanista, señora Zelia Nuttall, investigadora norteamericana que residió en el país largo tiempo, dedicó gran atención a inquisiciones arqueológicas e históricas y contribuyó a establecer relaciones entre centros de investigación extranjeros con centros mexicanos, y especialmente con el Museo Nacional.
A fines de 1906 el doctor Boas que, tanto por lo que leía en las publicaciones del Museo Nacional como por las informaciones que recibía de la señora Nuttall estaba atento a lo que se hacía en ese establecimiento, se enteró de investigaciones histórico-arqueológicas que se me había encomendado hacer en la región de Azcapotzalco, D. F., y me hizo saber por conducto de dicha señora que le agradaría conocer colecciones de cerámica de esa región, así como datos relativos a su localización y tipología pero, desgraciadamente, no pude complacerlo desde luego, por que en el Museo se me indicó que no podría disponer de ese material hasta que el estudio fuera publicado en los Anales, efectuándose esto hasta 1909, bajo el titulo “Restos de la cultura Tepaneca”.
En 1908 el director del Museo, licenciado don Genaro García, me comisionó para hacer una exploración arqueológica general en el estado de Zacatecas, la cual fue iniciada en la parte septentrional de éste, en los limites con Durango y descubriéndose entonces los monumentos de Chalchihuites y otros de menor importancia. La señora Nuttall juzgó conveniente informar al doctor Boas respecto a esos trabajos y le envió al efecto algunos datos y fotografías, surgiendo de allí el ofrecimiento que este me hizo de una beca para estudiar antropología en la Universidad de Columbia, a la cual me dirigí en 1909, inscribiéndome en cátedras que servían el mismo doctor Boas y los profesores Adolfo Bandelier y Marshall. H. Saville.
Muy contados alumnos tenían esas cátedras pues yo era el único inscrito en las de Bandeliere y Saville, en tanto que en una de las de Boas los asistentes no excedían de cuatro y en la otra de siete. Los métodos eran originales y distintos a los acostumbrados en México, pues más que de clases se trataba de seminarios en los que Boas se sentaba formando círculo con los estudiantes, quienes discutían puntos previamente estudiados por ellos y que él había sugerido o bien tópicos nuevos que surgían en la discusión, la cual guiaba el profesor con familiaridad y sencillez, con honda sabiduría y habilidad inigualables. En dos temas insistió con frecuencia durante mi estancia en la Universidad, temas que nunca olvidé posteriormente. En el primero negaba que existiesen innatas superioridades o inferioridades raciales que determinaran el progreso o el retraso de los pueblos, y vaticinaba proféticamente que si no se abandonaban tan erróneas teorías la humanidad sería víctima de serios conflictos. En el segundo hacía resaltar la poderosa influencia que el ambiente ejerce no sólo en el desarrollo cultural de los hombres sino también en el físico, el cual no se debe exclusivamente a la acción de la herencia. Por estos postulados el doctor Boas fue dura y empeñosamente combatido, pero a la postre, como a ustedes consta, se ha reconocido unánimemente la justificación de sus razonamientos.
En varias ocasiones discutió sobre la falta de correspondencia y conexión existentes entre los antecedentes históricos y los vestigios arqueológicos de los grupos indígenas mexicanos. Por ejemplo, respecto al Valle de México argüía que las crónicas coloniales aludían a numerosos y distintos grupos indígenas, en tanto que parecían ser muy contados los tipos culturales correspondientes a los monumentos y la cerámica concluyendo que para poder dilucidar este problema era necesario identificar, clasificar y diferenciar los tipos de cultura arqueológicas que existían en diversas regiones el Valle, con lo que quedaría automáticamente determinada y delimitada la filiación cultural de los grupos que las habían habitado, cualesquiera que fueran la denominación y el numero que de ellos daban dichas crónicas.
Insistía a menudo sobre la urgencia que había en investigar científicamente los idiomas y dialectos indígenas de México y en colectar el acervo folklórico, aduciendo que tanto aquellos como éste estaban desapareciendo lentamente como resultado de la invasión del idioma español y de la cultura occidental.
Invitado por el profesor Saville y contando con la aprobación del doctor Boas me alejé de la Universidad de Columbia por varios meses para incorporarme a la expedición que bajo los auspicios del Museo del Indio Americano se efectuó en la republica del Ecuador durante el año de 1910. Precisamente en septiembre de este año Boas vino a México como delegado de la Universidad de Columbia para asistir a las ceremonias con las que se celebraba la fundación de la Universidad Nacional de México, nombrándosele, como ya quedo dicho, profesor extraordinario de la recién inaugurada Escuela de Altos Estudios. Entonces fue también cuando Boas, que de años atrás se interesaba tanto por nuestro país, concibió la idea de crear la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, idea que secundaron entusiastamente el licenciado don Ezequiel Chávez, Subsecretario de Educación Pública y el doctor Eduardo Seler, profesor de la Universidad de Berlín, que fue su primer director, en tanto que Boas desempeñaba el puesto de secretario, en el cual gestionó para la Escuela los patronatos de las Universidades de Columbia, Harvard, Pennsylvania, y en colaboración con Seler obtuvo el del gobierno de Prusia. El patronato de México fue especialmente debido a la intervención del señor licenciado Ezequiel Chávez. Directores de esta escuela también fueron el distinguido antropólogo y geólogo George Engerrand y el sabio antropólogo Alfred Tozzer.
A fines de 1910 volví a incorporarme a la Universidad de Columbia y ya para terminar 1911 regresé a México, donde el doctor Boas ya estaba dirigiendo dicha Escuela, en la que me incorporé como alumno graduado.
Desde entonces es cuando verdaderamente empezó a sentirse en México la cultísima y orientadora influencia del doctor Boas, quien además desempeñaba varias cátedras en la Escuela de Altos Estudios. Sus cursos de Biometría General, Antropometría del crecimiento individual y Lingüística abrieron hondo surco y sentaron precedentes inolvidables; en los dos primeros no sólo empleó los métodos más modernos y adelantados al impartir sus sabias enseñanzas, sino que cuando se refería a la elaboración estadística de las series consideradas, exhibió tan profundos y amplios conocimientos matemáticos que los profesionistas, que principalmente constituían su auditorio, quedaron absortos; competencia que, por lo demás, era lógico tuviera, pues antes de dedicarse a los estudios antropológicos era connotado físico y geógrafo. En materia de lingüística no cabe lugar a duda que al frente de su cátedra fúe quien primeramente introdujo y aplicó en nuestro país métodos estrictamente científicos para el estudio de los idiomas y dialectos indígenas.
Sus imponderables aptitudes lucieron brillantemente al dirigir las investigaciones arqueológicas, etnográficas, lingüísticas y folklóricas, que se llevaron a cabo en la Escuela Internacional.
Ideas que ya se agitaban en la mente del doctor Boas desde que lo conocí en la Universidad de Columbia determinaron en cierto modo la índole de los trabajos que se me encomendó desarrollar, los cuales tendían a conocer, en principio, cuando menos, la extensión geográfica y la sucesión cronológica de las culturas precolombinas que habían florecido en el Valle de México, siendo preciso para ello identificar los tipos culturales de la cerámica que se encontrara en estratos de excavaciones en diversas regiones del Valle, registrándose al mismo tiempo la cantidad de cada tipo en cada estrato, así como las profundidades de éstos. El primer lugar elegido para hacer excavaciones fúe San Miguel Amantla, jurisdicción de Azcapotzalco, y como resultado de las labores allí efectuadas se llegó a la siguiente conclusión: los numerosos grupos prehispánicos que existieron en el Valle de México estaban incorporados a tres grandes y fundamentales culturas, de las cuales la denominada de tipo arcaico había sido la más antigua; la siguiente, aquella cuya cerámica era igual a la de Teotihuacán y su tipo denominado tolteca y, por último, la más moderna y última fue la de tipo azteca o mexicano.
La actividad mental y la energía física de Boas maravillaban, bastando, para dar una idea de ellas, recordar que sobre atender a sus cátedras, viajar por diversas regiones de la República, en las que encauzaba investigaciones encomendadas a los alumnos y visitar periódicamente los lugares donde se hacían trabajos arqueológicos en el Valle de México, dedicaba los días festivos a exploración de las cercanías de la ciudad y a clasificar los objetos colectados. Siempre recordaré un domingo en que su sobriedad, su pasión científica y su incansable actividad casi hicieron naufragar mi vocación arqueológica, pues salidos de su casa a las seis de la mañana con pequeños picos para excavar, sacos de yute para cargar la cerámica, dos escuálidos sándwiches, dos manzanas y una cantimplora con agua nos dirigimos a diversos parajes de la Sierra de Guadalupe. Cuando el sol estaba muy alto y se hacía extremada la fatiga por subir y bajar abruptos riscos, aventuré algún comentario sobre el apetito que despertaba el ejercicio físico, pero no pareció darse cuenta de ello, abismado en contemplar los rasgados ojos de figurillas arcaicas que llevaba en la mano. Al obscurecer regresamos cargando nuestros respectivos fardos, y al llegar a la casa del maestro catamos una sencilla, muy sencilla colación, después de lo cual me despedí de él, pero ¡inenarrable decepción!, con la más insinuantes de sus sonrisas, me indicó que para que la clasificación de los objetos colectados fuera más correcta, convenía hacerla desde luego, así que, quieras que no, hasta las once de la noche estuvimos discutiendo y anotando en una libreta si ésta técnica era de pastillaje, si la otra revelaba el esgrafiado con palillo y si en la de más allá se discernía obra modelada a mano o vaciado en molde. Al ir a acostarme, me pregunte si mis futuras labores estarían siempre sujetas a disciplinas como las de ese agotante día de descanso y determiné eludir diplomáticamente las invitaciones que para acompañarlo en sus trabajos dominicales me hiciera tan brillante como incansable preceptor.
Otra interesante conclusión de carácter arqueológico a que en este año pudo llegarse merced a trabajos efectuados en Culhuacán por la señorita Isabel Ramírez Castañeda, bajo la dirección del doctor Boas, fue la de saber que la cerámica azteca de ese lugar era cronológicamente anterior a la cerámica de tipo fino de Tenochtitlán y otros lugares del Valle.
El doctor Boas estudio pacientemente la cerámica que en gran cantidad había colectado y que la señorita Ramírez y yo reunimos, clasificando y agrupando millones de objetos de acuerdo con su procedencia, y con los tipos culturales a que pertenecen, y son el arcaico, el teotihuacano y el azteca; además incluyo pequeño número de fragmentos recogidos en Zacatecas y cuyo tipo cultural no fue identificado. En seguida encomendó la reproducción dichos fragmentos a Adolfo Best y publicó el Álbum de Colecciones Arqueológicas, el que posteriormente tuve el honor de complementar con una descripción de la cerámica en él ilustrada.
En cuanto a lingüística el programa del doctor Boas tendía a identificar las relaciones que pudieran existir entre los idiomas indígenas mexicanos y los de los Estados Unidos, así como en hacer estudios comparativos de los dialectos de la lengua mexicana, para lo cual comisionó al doctor John Alden Mason y al señor William H. Mechling, el primero llegó a la conclusión de que el tepacano y el tepehuan de México son muy análogos y pueden ser considerados como dialectos del pima, el cual creía que se extendió en épocas pasadas desde el río de Santiago hasta Arizona. Boas personalmente identificó en el sur de Zacatecas vocablos de un dialecto del mexicano que se habla en Jalisco, pero que presenta diferencias fonéticas respecto al mexicano clásico. Complementariamente se observó que las características etnográficas de los tepecanos de Zacatecas eran muy semejantes a los de los Coras y Huicholes.
En Tuxtepec, Oaxaca, el doctor Boas, asesorando Mechling, estudió el dialecto del mexicano allí hablado, identificó ciertas semejanzas que tenía con el de Jalisco y además le encontró analogías con los que se hablan en Nicaragua y Costa Rica.
Inspirándose en viejos vocabularios de dialectos mexicanos que le había suministrado el doctor Peñafiel y correspondían a Tuxtepec y a Pochutla, Oaxaca, Boas se dirigió a este lugar donde halló que sólo se hablaba zapoteco, pero merced a informes y testimonios de ancianos residentes que en parte recordaban el viejo dialecto mexicano, pudo elaborar más amplios vocabularios, y estudiar formas gramaticales, concluyendo en el informe relativo que, de acuerdo con éste y y los otros estudios hechos en la Escuela, el fonetismo del llamado “mexicano clásico” constituía un fenómeno meramente local y que los dialectos que existían desde Jalisco y Veracruz hacia el sur formaban un grupo de distintas características .
Boas, cuya permanencia en el campo del Folklore es universalmente reconocida, no podía menos que disponer algunos de los alumnos de la Escuela colectaran material folklórico mexicano, ocupándose él mismo de hacer otro tanto. En el material recogido pudo comprobar la validez de ciertas ideas que abrigaban él y otros distinguidos folkloristas. Por ejemplo, varios cuentos mexicanos de animales eran muy parecidos a otros que relataban los negros de los Estados Unidos y de las Antillas, los cuales también existían en África, a donde probablemente fueron importados por españoles y por portugueses, por lo que Boas suponía que los esclavos negros habían introducido tales cuentos en América, aunque algo influenciados ya por el medio africano.
Parece increíble que los doce meses durante los cuales dirigió el Dr. Boas la Escuela Internacional, hallan bastado para que pudiera desarrollar tan alta, intensa y variada labor científica, como la que ha sido ligeramente esbozada, siendo oportuno recordar que ese generoso derroche de enseñanzas, de consejos, de energías físicas y mentales, de nobles ejemplos y estímulos, era retribuido, con la modesta suma de 10.00 diarios, sueldo señalado a los directores de esa Escuela. Debemos pues, ilimitada gratitud a quien tanto hizo en favor de la antropología mexicana durante ese inolvidable año.
Boas fue un autodidacta en antropología, ciencia en la que alcanzó las más altas cimas. Geografía, física y matemáticas son los estudios que especialmente lo condujeron a conquistar el doctorado en la Universidad de Kiel hace sesenta y dos años, versando su tesis profesional sobre el color de las aguas del mar. Se cree que su maestro Teobaldo Fisher fue quien primero despertó su interés en la etnografía, según asienta el Dr. Robert L. Lowie, uno de sus más amantes discípulos y mejores biográfos.1 Boas a su vez dotado de profundos conocimientos matemáticos se inclinaba por la biometría, pero lo que lo decidió definitivamente a abrazar la carrera antropológica fue la famosa expedición que hizo a la Tierra de Baffinen 1883- 1884, donde efectuó amplísimas investigaciones etnográficas.
Hasta esa fecha y aun años después no existían antropólogos en el sentido integral que se concede hoy a ese término, por más que las ramas de la ciencia del hombre ya estaban constituyéndose. Taylor no lo fue; Broca, Virchow, Bastian, von Luschan, y otros eran médicos, Morgan abogado, Putnam geólogo, A. C. Haddon zoólogo, Rivers lingüista, etc. Boas laboró ardua e incesantemente hasta familiarizarse con los principios y las técnicas de los conocimientos que entonces estaban convergiendo para formar la antropología, pero no sólo absorbía lo ya estudiado y hecho, sino que lo criticaba y en ocasiones corregía y sobre todo hacía continuas investigaciones directas –field research–, porque por encima de todo era un investigador excepcionalmente dotado. Cuando investigaba grupos indígenas, previamente aprendía lo suficiente de su idioma para poder entenderse con ellos y esto unido al hondo sentido humano de su sugerente personalidad, apartaba obstáculos, atraía corazones y vencía hermetismos, pudiendo entonces adentrarse con facilidad en el alma y en la mente del aborigen.
La capacidad que atesoraba para enseñar a sus alumnos, e inspirar y brindar sugestiones a quienes no tuvieron el privilegio de serlo, pero estimaban en alto grado el valor de sus ideas y enseñanzas, era sorprendente, como lo prueba la gran serie de competentes antropólogos que se hallaron en uno o en otro caso: Kroeber, Lowie, Radin, Goldenweiser, Sapir, Speck, Cole, Benedict, etc., entre los primeros y Tozzer, Wissler, Mason, Laufer, Goddard, Michelson y otros, que sería largo enumerar, entre los segundos.
Consecuentemente con sus ideas científicas y su natural bondadoso y humanitario, en la vida diaria Boas siempre fué combativo y elocuente defensor de los pueblos y grupos oprimidos y víctimas de prejuicios raciales, por lo que al discutir conmigo sobre la revolución mexicana aplaudía sin reservas aquellas de sus conquistas que efectivamente habían beneficiado a nuestra población desvalida y principalmente a la indígena. Judío como el gran Einstein, no practicaba tampoco la religión de sus mayores, pero como el luchó en la cátedra, en el libro, en la prensa, en todas partes para que se impartiera justicia y protección a los israelitas que perseguidos en diversas regiones del mundo no sabían dónde poner la afligida mirada. Principalmente en estos últimos tiempos cuando ya pesaban sobre él más de ochenta años derrocho sus últimas energías combatiendo tenazmente por los principios que durante toda su vida había sustentado.
Pocas oportunidades tuvo Boas de saber si sus trabajos serían de trascendencia exclusivamente científica o si también contribuirían al mejoramiento de aquellos cuya vida con tanto amor había investigado, ya que su grandiosa obra, la de sus discípulos y amigos, así como en general la de casi todos los antropólogos que investigaron e investigan a los grupos aborígenes del continente, no han llenado sino excepcionalmente los efectos sociales que tienen que cumplir, no han sido interpretadas en un sentido práctico; de ellas no se han derivado e implantado medidas administrativas de carácter oficial o particular, encaminadas a satisfacer de modo autorizado las necesidades y las aspiraciones de todos los grupos investigados, meta que principalmente deben seguir en la América indígena, no sólo la antropología, sino todas las Ciencias Sociales. Sin embargo hace poco tiempo, relativamente, fue constituida en los Estados Unidos The Society for Applied Anthropology, de cuyas actividades se esperan importantes resultados en pro del indígena; ojalá que en los demás países del continente cunda esta idea.
Rindo un último homenaje al Dr. Franz Boas, dándole una vez más el significativo y afectuoso tratamiento con que para expresar nuestra admiración científica, lo distinguíamos en 1910 los alumnos de Columbia y otras Universidades Americanas: PADRE DE LA ANTROPOLOGIA AMERICANA.
Boletín Bibliográfico de Antropología Americana
Vol. 6, (1937-1948), pp. 35-42.