MAYO 2020
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Número de Catálogo: 09.0-00687
Esta delicada vasija causó sensación y polémica entre los arqueólogos desde su hallazgo en 1935, pues sus elegantes bajorrelieves en la pared exterior –logrados mediante una magistral técnica de molde– transmiten una enigmática narrativa encriptada en un pequeño “códice en barro” que data del año 600 d.C. Por tener un fondo semiesférico, la vasija es en realidad un cuenco –forma cerámica poco común en Teotihuacan– no muy apta para consumo de alimentos, pero ideal para los rituales.
Se le llamó Vasija de Las Colinas por el nombre del paraje donde ocurrió su hallazgo. Un equipo de investigadores del Museo Etnográfico de Estocolmo recorría varios sitios arqueológicos del estado de Tlaxcala, y decidió excavar al sur del camino entre Calpulalpan y Zoquiapan, donde había montículos que mostraban vestigios de la cultura teotihuacana.
El pequeño cuenco de 20 cm de diámetro por 7.5 cm de altura se encontró en un entierro depositado al interior de una fosa común, junto a figurillas, ollas y otros objetos completos. Por eso la mayoría de los arqueólogos concuerda en que la Vasija de Las Colinas era tan solo uno de los cientos de piezas cerámicas que se producían en serie, con diseños creados por o para personas del llamado corredor teotihuacano que conducía hasta la Costa del Golfo.
Las extraordinarias figuras acomodadas en un espacio tan reducido le brindan a la vasija un aura particular. La procesión de individuos vestidos a la usanza teotihuacana, acompañados por animales y glifos sobre un dios de las tormentas, ha motivado a varios académicos a ofrecer interpretaciones en torno al significado del discurso representado en estos finos bajorrelieves: desde la ideología teotihuacana centrada en explicar su diversidad social, hasta el culto a los antepasados que legitimaron su poder e influencia hasta los confines de Mesoamérica.
Mtro. Edgar Ariel Rosales
Curador-investigador, MNA
