R E E S T R U C T U R AC I Ó N
Para la reestructuración de la sala Culturas del Golfo de México, el equipo curatorial de la Subdirección de Etnografía ha llevado a cabo un minucioso inventario de las colecciones existentes en los acervos del museo. Este ejercicio ha permitido identificar la ausencia de específicas expresiones de la cultura material de la Huasteca y el Totonacapan. Para resarcir estos faltantes hemos llevado a cabo numerosas visitas a diferentes municipios de los estados de Veracruz, Hidalgo, Puebla y San Luis Potosí, documentando los procesos de creación artesanal que distinguen y dan personalidad a las culturas nahua, otomí, tepehua, totonaca y huasteca.
En estas travesías etnográficas decidimos hacer puerto en la comunidad de Siete Palmas, municipio de Ixcatepec. Ubicada al norte del estado de Veracruz, en el corazón de la Huasteca, Siete Palmas es hogar de Anastacia Cruz, alfarera nahua de cuyas manos nacen ollas, comales, sahumerios y lebrillos cuya perfección, tanto en forma como en diseño, destaca a nivel regional. Sin ayuda de torno, moldes u otra maquinaria, doña Anastacia logra circunferencias casi perfectas haciendo gala de su destreza en la milenaria técnica de rollos o churros, que consiste en construir un prototipo de la pieza sobreponiendo rollos de barro que después serán modelados manualmente.
Cada pieza supone una larga historia de experimentación. Las proporciones de arena, por ejemplo, serán diferentes según se trate de un comal o una olla. Como del primero se espera que trasmita más calor para cocer la masa de maíz o asar otras semillas, al barro se añadirá más arena, es decir, mayor cantidad de pequeñas piedras. De manera similar, la experiencia ha demostrado que la leña de bambú es mejor que cualquiera otra pues se consume sin dejar brasas, es decir, se reduce completamente a cenizas.
El tiempo de trabajo depende del tipo de pieza. Por su forma plana, los comales tardan una semana en estar listos. Primero se les da cuerpo y se les deja secar por cinco o seis días según el clima para, finalmente, ponerlos a cocer al fuego. Ollas y lebrillos implican procesos más largos. Como se trata de recipientes, el moldeado es gradual: primero se construyen las paredes que se dejan secar por una semana para que consoliden; posteriormente se cierra la base logrando así el cuenco, mismo que de nueva cuenta se deja secar, siempre a la sombra, por otra semana. Una vez que han alcanzado su forma característica y están casi secos, son decorados con óxido ferroso antes de ser llevados a la hoguera de bambú.
Como apreciamos, detrás de un comal para hacer tortillas, de la olla de los frijoles o del sahumerio con cuyo humo se espera a los difuntos en el Día de Muertos, permanecen el saber y el esfuerzo centenarios de los alfareros de la Huasteca. En la actualidad, sin embargo, esta tradición se ve amenazada por la introducción de utensilios de metal, más baratos y duraderos que las bellas creaciones cerámicas. De ahí la necesidad de conocer, resguardar y difundir la diversidad cultural de los pueblos huastecos, diversidad de la cual es evidencia y testigo Anastacia Cruz, maestra alfarera en cuyas manos cobra vida el barro.
Leopoldo Trejo Barrientos
Curador-investigador, MNA