La colección de arqueología del Museo Nacional de Antropología

La colección de arqueología del Museo Nacional de Antropología


La colección de arqueología del actual Museo Nacional de Antropología se remonta a finales del siglo XVIII, cuando gracias a las ideas de La Ilustración, comenzaron a surgir en nuestro país coleccionistas de piezas prehispánicas que formaron interesantes gabinetes de curiosidades. Un artículo de la época publicado en la Gazeta de México describe varias colecciones que había en la Ciudad de México. Este interés se vio incrementado con el descubrimiento de decenas de esculturas mexicas que salieron a la luz durante los trabajos de mejoramiento urbano ordenados por el virrey Conde de Revillagigedo. Tres de estos hallazgos se destacaron por su importancia y monumentalidad: la Piedra del Sol, la Coatlicue y la Piedra de Tízoc. A su vez, el hallazgo de estos monolitos con el tiempo dio origen a las colecciones del Museo Nacional de Antropología.

En 1790 se llevaron a cabo diferentes trabajos de mejoramiento urbano en la Plaza de Armas o Plaza Mayor, incluyendo el atrio de la Catedral. Durante las excavaciones para la nivelación y el empedrado, se localizó primeramente la escultura de la diosa Coatlicue en el ángulo sureste de la plaza. Posterior a su descubrimiento, el monolito fue trasladado a la Real Universidad para su estudio y conservación. Cuatro meses más tarde, se encontró la escultura de la Piedra de Sol, cerca del Real Palacio (hoy Palacio Nacional). Su destino fue muy diferente. La Piedra del Sol fue ubicada en la torre occidental de la Catedral, a la vista de todo público para que “se conservase siempre como un apreciable monumento de la antigüedad indiana”. Un año después, vio la luz el tercero de los monolitos, la llamada Piedra de Tízoc, por tener tallado en su canto escenas que representan las conquistas llevadas a cabo por dicho soberano. Desafortunadamente esta escultura fue nuevamente inhumada, y así permaneció hasta 1824 cuando fue trasladada a la Universidad.

A raíz del interés generado por los pasados descubrimientos, al inicio del siglo IXX el virrey José de Iturrigaray fundó el Conservatorio de Antigüedades y comisionó a González de Carbajal, Guillermo Dupaix, Ignacio Cubas y José Mariano Beristáin y Souza, para estudiar los manuscritos y monumentos prehispánicos. El proyecto más exitoso fue la Expedición Real de Antigüedades, llevada a cabo por Dupaix y su dibujante Luciano Castañeda, quienes entre 1805 y 1809, hicieron descripciones y dibujos de las ruinas de Palenque, de Oaxaca y del Istmo de Tehuantepec.

Posterior a la guerra de Independencia, las nuevas corrientes nacionalistas abonaron para la creación de un Museo Nacional de México. Desde 1823 se comenzaron a presentar varias propuestas ante el Congreso, pero los convulsos años que siguieron al surgimiento del México independiente no permitieron que el proyecto se concretara hasta el 18 de marzo de 1825, mediante un decreto del presidente Guadalupe Victoria y gracias al empeño de Lucas Alamán, ministro de asuntos exteriores e interiores. Para ello, fue destinado un salón de la Universidad y se nombró a Ignacio Cubas, un dedicado archivista y anticuario, como su primer director. La colección se inició con piezas arqueológicas recientemente encontradas en la Isla de Sacrificios, Veracruz, así como con otras que ya se tenían en la Universidad, producto de expediciones y hallazgos anteriores. Además, el museo contaba con especímenes naturales y minerales, muchos de ellos recolectados durante la Expedición Real al Istmo de Tehuantepec. Una de las preocupaciones principales fue la de dar a conocer las piezas arqueológicas, por lo que en 1827 se publicó el primer catálogo, titulado Colección de las antigüedades mexicanas que existen en Museo Nacional. Este fue de gran utilidad para promover la institución, tanto a nivel nacional como internacional. En consecuencia, la escultura de la diosa Coatlicue fue desenterrada del patio central de la Universidad para ser exhibida en un pasillo del claustro como parte del Museo, junto al monolito de la Piedra de Tízoc. Así se observa en un óleo del patio universitario pintado por el italiano Pedro Gualdi, alrededor de 1842. Más tarde, se incorporarían otras piezas que fueron donadas por el público y por coleccionistas de antigüedades. A ellas se añadieron varios códices y manuscritos pertenecientes a la colección de Lorenzo Boturini. Paulatinamente la colección del Museo fue creciendo, hasta que las aulas cedidas por la Universidad fueron insuficientes.

Durante el Segundo Imperio Mexicano, el emperador Maximiliano de Habsburgo dotó al Museo de una sede propia en la antigua Casa de la Moneda, ubicada en el ángulo noreste del Palacio Nacional. En 1866 ordenó la mudanza de la totalidad de las colecciones y lo reinauguró con el nombre de Museo Público de Historia Natural, Arqueología e Historia. Sin embargo, la inestabilidad política del país suspendió el proceso de mudanza, que se reanudó hasta después del triunfo juarista. Poco a poco se trasladaron las colecciones a la nueva sede, completándose la maniobra en 1873 con el traslado de la Piedra de Tízoc. A pesar de que esta localidad era más amplia y las colecciones del Museo se pudieron organizar y exhibir un poco mejor, los grandes monolitos no tuvieron cabida al interior de las galerías, por lo que se acomodaron en el patio central. Así aparecen en un óleo de Cleofas Almaza fechado cerca de 1880 y titulado Patio del Museo Nacional. En 1883 se comenzó a acondicionar una galería al fondo del inmueble para que las valiosas esculturas de la colección no estuvieran expuestas a las inclemencias de la intemperie. El traslado de los pesados monolitos tomó varios años, añadiéndose la escultura de Chalchiuhtlicue, traída por Leopoldo Batres desde Teotihuacan y finalizándose con la llegada de la Piedra del Sol, que fue desmontada de la torre de la Catedral y trasladada al Museo para ocupar un lugar preponderante a la entrada de la nueva Galería de Monolitos, inaugurada el 16 de septiembre de 1887 por el presidente Porfirio Díaz. Según el catálogo descriptivo publicado en 1895 por Jesús Galindo y Villa, la Galería contaba con 364 esculturas exhibidas y organizadas por núcleos temáticos, más que por culturas.

Desde su creación, el Museo Nacional tuvo una sobrevivencia difícil, con muy poco personal y presupuesto asignado, además de las diferentes guerras e intervenciones que sufrió el país, lo que ocasionaba que el museo permaneciera cerrado por largas temporadas o abriera sus puertas al público únicamente un día o dos a la semana. Sin embargo, el interés que generaron los objetos prehispánicos, tanto en México como en el extranjero, poco a poco fue dando importancia y prestigio al museo e incluso fue necesario establecer en 1885 la Inspección de Monumentos Arqueológicos. Esta dependencia realizaba tanto trabajo de campo como de gabinete en diversas zonas de la República, lo que incrementó considerablemente las colecciones del Museo y el conocimiento sobre las culturas prehispánicas, dado que ya no se trataba sólo de comprar colecciones o recibir donaciones, sino de investigar in situ las piezas y zonas arqueológicas con una visión antropológica.

Con motivo de la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América, el gobierno español invitó a México a participar en la exposición Histórico-Americana de Madrid. Para ello, se creó una comisión especial dedicada a organizar, clasificar y preparar los materiales y colecciones que se presentarían en la exposición. Entre las actividades desarrolladas por la Junta Colombina fue la compra, junto con el Museo Nacional, de importantes colecciones, entre ellas la colección arqueológica reunida en Puebla durante varios años por el comerciante alemán José Dorenberg. La colección contenía más de tres mil piezas y un códice mixteco que fue nombrado como Códice Colombino, en homenaje a Cristóbal Colón y como recuerdo de la fecha que se iba a celebrar. Otra importante colección con objetos arqueológicos, etnográficos y antropológicos que se adquirió fue la del presbítero Francisco Plancarte, cura de Tacubaya. Esta colección contenía un aproximado de 2800 piezas, mayormente de Michoacán y del Estado de México. También se adquirió la colección del doctor Fernando Sologuren, con piezas del estado de Oaxaca y la del arquitecto Guillermo Heredia, con piezas mexicas, toltecas, zapotecas y mixtecas. Además, la Junta Colombina resolvió realizar varias expediciones arqueológicas y etnográficas que recorrieron distintos estados del país con el fin de aumentar tanto las colecciones arqueológicas, como recopilar el mayor número de objetos etnográficos. Todas estas colecciones, una vez que regresaron de la exposición en Madrid, pasaron a formar parte de los fondos del museo. Con todo este nuevo acervo y con miras a celebrar en sus instalaciones el XI Congreso de Americanistas, así como la conmemoración del Centenario de la Independencia, en 1895 la institución comenzó una reestructuración tanto de los contenidos en las salas, como de los espacios físicos del museo. En 1909 se sacaron todas las colecciones naturales y minerales, las cuales fueron llevadas a una nueva sede: el Museo de Historia Natural. Se hicieron mobiliarios, se reorganizaron las colecciones y se incorporaron muchos de los objetos arqueológicos y etnográficos que habían regresado de Madrid. Sin embargo, el estallido de la Revolución Mexicana en 1910, retrasó los trabajos de remodelación hasta 1923, cuando reabre sus puertas como Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía.

Con la creación del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en 1939, se llevaron a cabo importantes excavaciones en diferentes zonas arqueológicas del país, como Teotihuacan, Monte Albán, Chichen Itzá, Tajín y Palenque, entre otras. Ante la ausencia de museos en otros estados de la República, los objetos arqueológicos producto de estas investigaciones fueron incrementando los acervos del Museo Nacional. Además, durante las primeras décadas del siglo XX, se demolieron varios edificios coloniales del centro de la Ciudad de México, para dar lugar a flamantes construcciones que justificaran la modernidad del país. Esto dio lugar a numerosas excavaciones donde se localizaron esculturas y vestigios mexicas, que nutrieron las colecciones del Museo.

Entre 1940 y 1944 se dio una segunda división importante de las colecciones. El presidente Lázaro Cárdenas adjudicó al INAH el Castillo de Chapultepec para destinarlo a Museo Nacional de Historia. Es así que todos los objetos posteriores a la Conquista se trasladaron al Castillo, permaneciendo en el museo únicamente los objetos de la época prehispánica y los etnográficos. El museo nuevamente reorganizó sus espacios y exposiciones y cambio su nombre a Museo Nacional de Antropología. Esta remodelación se hizo con un nuevo discurso resultado de las investigaciones más recientes de carácter antropológico, organizando las colecciones por regiones culturales. Además, se incorporaron novedosos sistemas gráficos de comunicación y recursos museográficos que ayudaron a explicar y contextualizar las colecciones. Sin embargo, a pesar de todas estas iniciativas, los espacios en el antiguo Palacio de la Moneda eran insuficientes para el gran patrimonio que custodiaba el museo, por lo que en la década siguiente, surgieron varias iniciativas para la construcción de un edificio que albergara el Museo Nacional de Antropología, y que permitiera conservar y exhibir el patrimonio nacional de una manera más atractiva, con áreas más amplias y seguras. El proyecto tomó forma en 1959, cuando el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez proyectó un edificio de grandes dimensiones y dos pisos, con 21 salas de exhibición, las del piso inferior dedicadas a las colecciones prehispánicas y las del segundo piso a las etnográficas, con la idea de integrar el pasado y el presente de la Nación Mexicana. El objetivo se alcanzó en 1964 con la inauguración del Museo Nacional de Antropología en el Bosque de Chapultepec. Para esta nueva sede, los curadores solicitaron piezas que enriquecieran las colecciones que ya se tenían. Se pidieron piezas a los museos regionales, se hicieron canjes con museos extranjeros, se compraron piezas a coleccionistas privados y se organizaron diversas expediciones etnográficas. Asimismo, se llevaron a cabo excavaciones arqueológicas con el fin de obtener piezas que enriquecieran los discursos curatoriales de las salas del nuevo Museo. Entre 1951 y 1965, el museo adquirió cerca de 4,000 objetos arqueológicos.

La inauguración del Museo Nacional de Antropología tuvo un gran impacto en la sociedad mexicana, lo que ocasionó que se incrementaran las donaciones, ya fuera de coleccionistas privados o de personas que tenían material arqueológico por hallazgos fortuitos. En 1971, el museo se vio en la necesidad de emitir una normativa para que las colecciones se incrementaran únicamente con piezas producto de excavaciones arqueológicas controladas llevadas a cabo por el INAH. Al año siguiente, se aprobó la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas, la cual declara que los bienes arqueológicos son una propiedad inalienable de la nación. Esto con el propósito de dar fin al coleccionismo, con la prohibición de la compra, venta y donación de piezas arqueológicas.

Tras la aprobación de la Ley de Monumentos de 1972, las colecciones del Museo Nacional de Antropología se han nutrido exclusivamente con piezas provenientes de proyectos arqueológicos del INAH, así como de la repatriación de piezas que se han recuperado en el extranjero. En las últimas décadas las colecciones han crecido muy poco, pues nuevas disposiciones han obligado a dejar de lado el centralismo, y a que el patrimonio cultural de los pueblos se conserve en las zonas y estados donde pertenecen.