ENERO 2020 - MARZO 2020
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Horarios:
Martes a domingo de 9:00 a 19:00 horas
La pintura, antes que un género, es una suerte de iniciación, el soplo vital de un deslumbramiento. Ocurre tanto en la estéril cara norte de una montaña o en un estridente socavón en pleno corazón de la Ciudad de México. Y de comenzar en el cuenco de una mano propugna por tocarlo todo.
Testimonio de lo anterior ofrece Lilia Gracia Castro por medio de su plástica, renacida a la sombra de los vestigios arqueológicos que hacia el final de los novecientos setenta empezaron a brotar a un costado de la catedral y del Palacio Nacional, tras el venturoso hallazgo de la Coyolxauhqui. Lilia Gracia Castro pidió permiso para sumarse al sitio, en una etapa muy temprana de sus tareas, cuidando de los contravenir el trajín cotidiano de zapadores y arqueólogos, y se dejó conducir por el canto del pasado y por el ímpetu de sus propias indagaciones estéticas hasta encontrar la plena satisfacción en sus imágenes. Debió olvidar lo aprendido hasta ahí ante las enseñanzas de tan desbordado puchero anímico y conceptual. El día en que una pieza de Chac Mol, recuperada ahí mismo, auspició el primer desgajamiento estético de su oficio, todo el mundo se enteró de que tan inusitada excavación científica no hacía sino ahondar en la maravilla del mayor recinto ceremonial mexica, el Templo Mayor.
Al público acontencimiento histórico encarnado en las ruinas de otrora majestuoso recinto, lo acompañó un íntimo hallazgo en el orden de lo estético que, atado al nombre de Lilia Gracia Castro, demoraría algo más en volverse público. Esta es precisamente la materia de estas Memorias del Templo Mayor, y si es cierto que la realidad es aquello que no puede expresarse, el signo de estos trabajos es el de las obras de amor perdidas.