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El segundo puerto de nuestras travesías etnográficas fue la comunidad de Xiloxúchil, municipio veracruzano de Tantoyuca, la cual es una población donde se habla teenek o huasteco, única lengua mayence ajena al gran núcleo maya del sureste mexicano (Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo) y Centroamérica. Desde tiempos prehispánicos el pueblo huasteco destacó por su producción de telas y cuerdas, lo mismo de algodón que de la fibra de una especie de agave conocida como ixtle o wey (agave zapupe, Trel).
A diferencia de otras especies de agave, el ixtle no es apto para la fabricación de bebidas alcohólicas como el pulque o el mezcal; no obstante, gracias a la resistencia y flexibilidad de sus fibras es altamente recomendado para confeccionar telas, calzado y cordeles. Hoy en día centenares de familias teenek complementan su ingreso campesino con el cultivo y aprovechamiento del ixtle, el cual ya no se siembra en los terrenos lejanos al pueblo, en el monte, sino alrededor de las casas facilitando así su traslado.
La siembra del ixtle se hace por trasplante, es decir, se recogen las pequeñas plantas que nacen alrededor del maguey y se siembran de manera ordenada en las milpas de maguey o ixtlales. Una planta de ixtle tarda entre cuatro y cinco años para poder ser explotada y tiene un ciclo de vida de alrededor de quince, tiempo después del cual florea para, posteriormente, morir. En Xiloxúchil se siembran y aprovechan cuatro subespecies de ixtle (blanco, verde, chaparro y común) cuya textura, resistencia y flexibilidad determinan el tipo de tejido o cuerda a manufacturar.
A la fibra del ixtle se le llama en huasteco zápup, zapupe en castellano; para su extracción los tejedores echan mano de unas cuantas herramientas: un cuchillo de metal, otro de hueso de vaca y dos pequeños palos cilíndricos. La simpleza del utillaje contrasta con la complejidad del proceso de conocimiento que a lo largo de siglos de experimentación se tradujo en la domesticación y aprovechamiento de las diferentes subespecies del agave huasteco. Detrás del “simple” acto de pasar entre los maderos las tiras de ixtle para retirar la pulpa, permanecen decenas de generaciones de hombres y mujeres huastecos comprometidos con el conocimiento del universo que los rodea. Convertir el maguey en hilo es un éxito intelectual.
Una vez obtenida la fibra o zapupe, sus filamentos son el hilo de los futuros cordeles y telas, y de la manera en que se les trabaje dependerá el tipo de objeto a producir. Por ejemplo, para hacer un estropajo basta con acomodar las fibras en círculo entrecruzando algunas de ellas para conservar la forma. Para las cuerdas es necesario un instrumento giratorio de madera con dos puntas cuyo movimiento trenza o tuerce las fibras generando así los cordeles. El grosor de éstos dependerá del número y veces en que sean torcidas; un mecate implica el torcido de varios cordeles.
Para el tejido de telas el proceso se ha transformado de manera significativa. A partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando la empresa Petróleos Mexicanos (PEMEX) comenzó la exploración y explotación de pozos petroleros en la región, se habilitaron los caminos para vehículos automotores. En los terrenos de Xiloxúchil permanece el pozo 1001 Solozuchil, testigo de la época en que el camino fue pavimentado, lo que produjo los cambios en diseño y manufactura de los emblemáticos morrales de Tantoyuca.
Antes del petróleo los morrales eran de “hilo torcido”, es decir, el hilo de trama era en realidad un cordel previamente torcido que iba y venía a través de una urdimbre gruesa. Hechos para carga, el grosor los hacía sumamente resistentes y no eran decorados. Los ingenieros y obreros de Petróleos Mexicanos reconocieron la utilidad del morral, sin embargo, les resultaba muy tosco en su acabado y solicitaron a los tejedores que los hicieran más delgados sin “torcer” para que no rasparan sus pieles.
Fausta Bautista, madre de don Maximino del Ángel, fue la primera en hacer los morrales de hilo sencillo que, en lugar de cordel, usan como trama los filamentos del zapupe tal y como son extraídos.
El emblemático sello de flor de cuatro pétalos, siempre en verde y rojo, es otra de las innovaciones que trajo consigo la explotación petrolera. Una vez que el morral comenzó a tejerse más delgado, ingenieros y obreros solicitaron su decoración y el padre de don Maximino fue quien talló el primer sello de cuatro pétalos, que desde entonces se hizo tradición. Las anilinas fueron proveídas en primera instancia por los petroleros, tiempo después los comerciantes de Tantoyuca comenzaron a distribuirlas. Es muy probable que la amplia distribución de los morrales en el Golfo de México, que va del extremo meridional de la Sierra Norte de Puebla y el Altiplano Mexicano cubriendo las costas, esté relacionado con las rutas de exploración y explotación de los recursos petroleros, así como con los grandes intermediarios mestizos de Tantoyuca que lo distribuyeron de las sierras hasta Tierra Caliente.
Hoy en día los morrales compiten con las mochilas industriales. Desafortunadamente su venta ha caído estrepitosamente, lo mismo a nivel regional como al extrarregional. Ello ha forzado a los productores a diversificar sus productos. Además del bello morral de hilo simple, se producen manteles, pulseras, bolsas, carpetas, accesorios de baño y calzado. Es importante señalar que el calzado no es en sí mismo una innovación, pues desde la época prehispánica las fibras de los agaves fueron producidas para guardar los pies de la tierra. Tradición e innovación son siempre las caras de una misma moneda.
Mtro. Leopoldo Trejo
Curador-investigador, MNA