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En todas las culturas, el hombre, observador de la naturaleza, se percató del ciclo vital que todo ser vivo tiene, incluso la tierra misma donde se presentan ciclos llenos de vida, alegría y fecundidad en contraparte con aquellos en los cuales la naturaleza declina y mure.
Ante tales evidencias de ciclos de inicio y final, el hombre tuvo la preocupación de explicar qué significaba morir y pensó que debía existir otro mundo paralelo hacia dónde trascender, estableciendo diferentes lugares míticos y dándoles nombre de acuerdo al idioma, aunque todos significaban lo mismo: lugar de muerte. Así surgió desde tiempos remotos el pensar que el fallecido iría a algún lugar especial y se iniciaron los rituales mortuorios donde se inhumaba al cadáver con objetos que podría necesitar en el plano al que trascendería.
Al respecto hay valiosas referencias recabadas por Fray Bernardino de Sahagún sobre las creencias mexicas relacionadas con este trance final. Todos coinciden en mencionar que de acuerdo a la forma de morir es que los difuntos acceden a diferentes lugares, por ejemplo: los guerreros que perdían la vida en batalla o en sacrificio, así como las mujeres muertas en parto, irían al paraíso del sol; al Tlalocan, paraíso de Tláloc, todos aquellos que sucumbían por alguna causa relacionada con el agua o fulminados por un rayo; el lugar destinado para los niños lactantes era el Xiotlalpan, donde eran amamantados por un árbol que tenía por hojas mamas que segregaban leche; mientras que al Mictlán irían todos aquellos que morían de manera común.
En cambio, entre los mixtecos, los lugares para llegada de muertos estaban fuera de este rango. En su mitología concebían tres planos: el celeste, el terrestre y el inframundo. En el primero estaban los dioses y los fundadores de las dinastías quienes se habían convertido en seres deificados tal como se registra en el códice Colombino cuando narra que 8 Venado-Garra de Jaguar sube a esta región a hablar y a solicitar aprobación de los nobles ancestros. En el estrato medio vive el hombre, cuya existencia y muerte está regida por los dioses en todos los actos de su vida e incluso de su muerte, son ellos quienes mantienen este plano terrestre para gozo de todos los seres que lo habitan, siendo ellos los que mandan las enfermedades e incluso la muerte como castigo por ofensas o mal comportamiento. En el tercer nivel estaba el inframundo, lugar de los descarnados, zona fría, de oscuridad y muerte y donde gobernaba una pareja de deidades: Iya Andaya y la diosa Ñu Q Cuañe, 9 Hierba.
No tenemos datos precisos si entre las creencias mixtecas existen las nueve galerías que se describen en la mitología de otros pueblos mesoamericanos por las cuales cruza el difunto para llegar a los dominios de los dioses de la muerte y tampoco el tiempo que duraba este recorrido. Pensamos que debió suceder de manera similar que, en otras áreas, dado que las raíces religiosas mesoamericanas eran comunes, con mínimas variantes que hacen diferencias regionales. Ante todo, un acto es evidente: los mixtecos enterraban a sus cadáveres con ofrendas, incluso de comida, con la idea de que serían necesarias durante el tránsito hacia el inframundo.
En general en el México prehispánico a la muerte, como acto natural, no se le temía, se le respetaba y reverenciaba considerando que era el medio de trascender del mundo terrenal. Entre los antiguos mixtecos como también en el resto de Mesoamérica, la muerte no es el final de la vida, sino el cierre de un ciclo en la tierra, es un nuevo existir en otro plano, la muerte es un rito de paso para reunirse con sus ancestros.
Dra. Martha Carmona Macías
Curadora-investigadora, MNA