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Creó y reestructuró museos a lo largo de décadas, siempre con una clara vocación de servicio a la sociedad, con base en la protección del patrimonio, la conservación y la educación.
La versatilidad y creatividad de Iker Larrauri lo llevó a probarse como escenógrafo, arquitecto, arqueólogo, dibujante y museógrafo, lo que redundó en la riqueza de sus proyectos de vida.
En la Escuela Nacional de Antropología e Historia, donde realizó estudios de arqueología, conoció y trabó amistad con Miguel Covarrubias, Roberto Montenegro, el Dr. Atl, Carlos Pellicer y Fernando Gamboa, destacados personajes en el ámbito artístico y cultural del país.
Por invitación de Covarrubias, comenzó a trabajar en el Antiguo Museo Nacional, ubicado en aquel entonces en Moneda 13, en el Centro Histórico; momento en el que el fulgor de importantes hallazgos arqueológicos, como el descubrimiento de la tumba de Pakal en el Templo de las Inscripciones del sitio arqueológico de Palenque, aunó su colaboración con Alberto Ruz Lhuillier. Posteriormente hizo una reproducción de la cámara funeraria, junto con Mario Vázquez, Jorge Angulo y María Teresa Dávalos.
Se especializó en la planeación y diseño de museos, por lo que formó parte de los miembros de las primeras generaciones de museógrafos mexicanos. En 1956, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO le otorgó una beca para estudiar y recorrer importantes recintos tanto tradicionales y conservadores como modernos e innovadores de Europa y Estados Unidos.
Tras concluir sus estudios sobre técnicas de exhibición y organización museográfica, se integró a la planeación y realización del nuevo Museo Nacional de Antropología, entre 1961 y 1964. En la sala de Introducción, con la ayuda de un equipo interdisciplinario, concibió los espacios de la misma, su orden, el despliegue de sus colecciones y su distribución espacial. También se ocupó del diseño general de la sala Mexica junto con Julio Prieto. Como artista plástico contribuyó en la creación de dos murales para la entonces llamada sala Orígenes y Prehistoria de México, hoy sala Poblamiento de América: “El Paso de Bering”, que remite a la migración de Asia hacia el continente americano, y el gran mural sobre “La fauna pleistocénica”, que recreó a partir de los restos fósiles de grandes mamíferos que coexistieron con el hombre en la colección del propio museo. En esta sala diseñó los dioramas que solazan escenas de vida de los antiguos pobladores.
Iker Larrauri realizó también los dioramas y maquetas de la Sala de Orientación del Museo Nacional de Antropología, que reconstruye a través de un paisaje, edificios y personajes, escenas y testimonios de las culturas prehispánicas.
Su participación se vio implícita una vez más en la réplica de la tumba de Palenque para la sala Maya.
Sus obras siempre fueron concebidas específicamente para ciertos espacios como la escultura en bronce Caracol o Sol de Viento, ubicada en el estanque del patio central.
Después de su colaboración en el Museo Nacional de Antropología, su labor fue incansable en el INAH, como docente en la formación de profesionales, luego fue nombrado director de Museos y Exposiciones del Instituto y finalmente se consolidó como museógrafo independiente y miembro del equipo que conformó la compañía Museográfica, S. C., donde se cimentó la madurez de su trabajo a lo largo y ancho de México, como en el extranjero, siendo reconocida su gran trayectoria.
Si bien, se rememora parte su desarrollo profesional resaltando su labor como una de las figuras de la museología y museografía mexicanas más importantes de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI, a Iker Larrauri lo recordaremos como un hombre libre y de espíritu inquieto, de trascendente e invaluable aportación para el ámbito cultural de este país.