PIEZA DEL MES ETNOGRAFÍA

JULIO 2017

HOME / PUBLICACIONES / PIEZA DEL MES / Antiguas o montizoma

Antiguas o montizoma


En el sur de la Huasteca, justo donde confluyen los estados de Hidalgo, Puebla y Veracruz, los pueblos otomí, tepehua, nahua y totonaco comparten un sistema religioso de gran vitalidad y complejidad enraizado en el trabajo campesino. La estrecha relación que persiste entre el cuerpo humano y el maíz (entre otras semillas esenciales) nos ayuda a comprender un conjunto de paralelismos y correspondencias que atestiguamos entre el tratamiento ritual de la enfermedad, por un lado, y la reproducción del cosmos (Tierra, Agua, Fuego, Aire y el conjunto de seres que lo habitan) por el otro.

Es por ello que en estas tierras los dioses, cualesquiera que ellos sean, deben ser presencia, es decir, deben tener un cuerpo homólogo al humano pues de lo contrario el intercambio entre los diferentes mundos sería prácticamente imposible. Sin embargo, hay que resaltar que se trata de cuerpos cuya semejanza debe preservar a toda costa las diferencias entre seres de diferente naturaleza. En otras palabras, los dioses campesinos no están hechos a imagen y semejanza de ningún ser supremo.

Un bello ejemplo son las antiguas o montizoma que los totonacos del municipio de Pantepec, Puebla, reconocen como señores de la Tierra. Las antiguas son seres anteriores al primer amanecer, es decir, anteriores al Sol, al Maíz y por supuesto al Hombre. Seres de otra era, de ellos depende en gran medida la fertilidad agraria y la salud humana. En época de sequía, por ejemplo, se les implora por lluvia; asimismo, cuando las plagas amenazan la cosecha, se les ofrenda para que detengan el avance del gusano y la milpa pueda crecer. Por si fuera poco, el saber y la fuerza que caracterizan a los especialistas religiosos o chamanes tiene como origen último a estas figuras.

Las antiguas son deidades caprichosas que no es posible comprar o intercambiar. Ellas eligen quiénes habrán de conservarlas. Por lo general aparecen en el camino, la milpa, la vera del río o en el monte, y la mayoría de las veces es preciso escarbar la tierra para reconocer sus viejos cuerpos. Como podemos apreciar en las imágenes —e inferir de su nombre—, las antiguas suelen ser figuras arqueológicas que después de siglos de permanecer enterradas o abandonas en recónditos rincones del monte, ven la luz en esta nueva era, tiempo en el cual su hogar ya no será subterráneo, sino los altares desde los cuales harán crecer las simientes y sanar a los dolientes cuerpos campesinos.

La historia de las antiguas que este mes presentamos es particular. A solicitud nuestra las donó la hermana Subdirección de Arqueología. La razón de nuestra solicitud es clara: se trata de dioses campesinos semejantes a los que encontramos en los diferentes rituales totonacos. La respuesta afirmativa de nuestros colegas arqueólogos es menos evidente: se trata de piezas falsas, es decir, falsificaciones de figuras arqueológicas con una amplia distribución a lo largo y ancho del territorio tropical mexicano. En pocas palabras, no son originales y nunca han formado parte de los acervos arqueológicos. En este contexto, sin ánimo de demeritar la buena disposición que caracteriza a nuestros colegas arqueólogos, es claro que la donación fue rápida y expedita en gran medida porque las antiguas les estorban.

Falsas para el pasado prehispánico, divinas en el presente etnográfico, ¿contradictorio? En absoluto. Si abrimos los ojos para ver más allá de la fe, apreciaremos la misma lógica en el cuerpo de cualquiera de los cientos de santos que llenan las iglesias y altares a lo largo y ancho del mundo católico. La madera, el yeso o el plástico que da cuerpo a San Juan Bautista, San Judas Tadeo o a la Virgen de Guadalupe, es tan original como el barro cocido de las antiguas que traen la lluvia a las sierras y valles de la Huasteca meridional.


Mtro. Leopoldo Trejo Barrientos.
Curador-investigador, MNA.